En la carrera de periodismo tuve grandes debates alrededor de la objetividad y la subjetividad. Lejos de esa defendida imparcialidad, creo que los buenos reportajes siempre se construyen desde el yo, desde la idea que del mundo tiene la persona que escribe, desde la justicia social y con la anhelada igualdad presente.
Os preguntaréis a qué viene este inicio. Pues veréis, me sucede algo muy curioso cuando me propongo hablar de la literatura de Almudena Grandes: me considero una persona parcial, muy subjetiva, y que me dejo llevar por la pasión que me provocan sus libros, considerados como amigos de toda la vida. Así que espero que, una vez más, sepáis perdonar mi exceso de emoción al comentar su reciente novela, La madre de Frankenstein, la quinta de la saga ‘Episodios de una Guerra Interminable’, donde va recorriendo los capítulos más interesantes de la Guerra Civil y la posguerra a través de las personas que, como se ha dicho en múltiples ocasiones, son para ella los grandes héroes y heroínas de ese tiempo que les tocó vivir.
Como ya os advertía al comienzo, puede que peque de un ejercicio exagerado de subjetividad, pero creo que a veces se hace necesario para lograr transmitir lo que provoca una historia como esta. Todavía estos días comentaba con una amiga, a la que me une esta pasión por Almudena, la sensación de vacío que me embarga siempre que termino de leer uno de estos libros. Ella me decía: “es que son como amig@s”. Y creo que no podría definirlo mejor. La amistad de los libros, y esa vida oculta entre las páginas.
Leí La madre de Frankenstein muy despacio, creando momentos de lectura únicos, en los que me entregaba solamente al placer de leer. Con él experimenté un profundo sentimiento de ternura, y a ratos de rabia, porque sabía que aunque soñara con un final feliz, en aquellos años no existían tales finales. Pero, si por algo destaca este libro es por su capacidad para generar relaciones evidentes con los anteriores, de forma que nos reencontramos con personajes olvidados y que avanzan aquí a otras vidas, de forma muy especial Las tres bodas de Manolita o El lector de Julio Verne. Estas vidas que se trenzan y que sobreviven en tiempos oscuros.
Ya lo dije muchísimas veces: no hay mayor lección de historia que la literatura. En esta entrega, la autora reconstruye las vivencias de las mujeres de los manicomios de la posguerra, de cómo el régimen las masacraba todavía más que a los hombres, y de cómo fueron las grandes olvidadas (violaciones, bodas obligadas, falta de medicación…). Esta realidad se escribe partiendo de la experiencia real de Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer que asesinó a su hija creyendo que era de su propiedad y que la iba a poder moldear a su manera. Precisamente, después de un largo ejercicio de documentación, en el libro se va alternando en narrador omnisciente con la voz de esta Aurora que pasa sus últimos años en el manicomio madrileño de Ciempozuelos, una voz que condensa todas las obsesiones y pensamientos de aquellos años, y que nos da una idea muy acertada de la complejidad de su mente.
“Aquella mañana, en una cocina que no se usaba para guisar, me inició en la especialidad que algún día compartiríamos. Empezó por el principio, no les llames locos porque son enfermos. Aunque puedan impulsarles a cometer crímenes tan horribles como este, las enfermedades mentales son dolencias físicas, igual que las del cuerpo. Pero las del cuerpo se pueden curar, objeté, y en cambio, a los locos, o sea, a los enfermos de la cabeza… Esos no se curan. O sí, replicó él, yo espero que algún día podamos curarlos, y siguió hablando, alternando lo que sabía con lo que apenas podía intuir”.
Aunque Aurora es la excusa para hablar de esos años del apogeo de la España nacionalcatólica, la autora de La madre de Frankenstein nos presente, como siempre, un gran elenco de personajes que, en mayor o menor medida, sobreviven a esos años. Los protagonistas son Germán Velázquez, un médico psiquiatra que vuelve en 1954 a España para trabajar en este manicomio, después de un largo exilio; y María Castejón, una niña que vive desde los trece años en el sanatorio que se convierte en auxiliar de enfermería y que le lee libros a la parricida. Los dos forjarán una profunda relación de amistad- amor que nos emocionará muchísimo, que nos hará llorar en multitud de momentos y creer en la lucha en otros tantos.
“Más allá de lo que habíamos vivido juntos, un oasis en el centro de un desierto, una isla fértil, acogedora, en medio del océano, un país diminuto de dos cuerpos alzados en rebeldía en la capital de un enorme país ocupado, sometido a la humillación perpetua de su miedo y de sus culpas, aquella mujer me había enseñado el valor de la compañía […] Y eso también era amor”.
Como ocurre con toda la obra de la escritora madrileña, además de la dureza de la vida, siempre existe un resquicio para la esperanza, para la ensoñación, expresada aquí en los libros y el valor de la lectura. Resultan emocionantes esos momentos en los que María Castejón le lee libros en alto a Aurora, en un ejercicio de generosidad humana pocas veces comprendido. El también, de nuevo, ese guiño a las obras de Benito Pérez Galdós, autor al que Almudena Grandes lleva pegado en la piel. En definitiva, un alegato de la lectura y del poder de los sueños en tiempos difíciles.
Ficha técnica
Título: La madre de Frankenstein
Autora: Almudena Grandes
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2020
Número de páginas: 558