Entrevista Paula Zumalacárregui: “Los libros siempre van a necesitar seres humanos que los traduzcan, por mucho que pueda evolucionar la tecnología”

Semana de la Traducción

Nacida en Bilbao en 1988, de pequeña quería ser sirena, aunque rápidamente se dio cuenta de que la traducción conjugaba tres de sus pasiones: la lectura, la escritura y las lenguas. Paula Zumalacárregui Martínez se licenció en Filología Inglesa por la Universidad Complutense y cuenta con un Máster de Traducción y Mediación Intercultural de la Universidad de Salamanca.

Entre sus últimas traducciones destaca Naturaleza es nombre de mujer, una obra híbrida con perspectiva feminista publicada por Volcano en la que Abi Smith le da la vuelta al sentido de viajar Aprender a escribir, un ensayo experimental de Gertrude Stein traducido al alimón con Itziar Hernández Rodilla para la editorial greylock. En 2020, la traducción del libro El triunfo del huevo, de Sherwood Anderson, publicado por la misma editorial, fue finalista del XV Premio de Traducción Esther Benítez.

Pregunta (P): ¿Cómo te hiciste traductora?

Creo que me hice traductora cuando fui consciente de la existencia de la profesión, cosa que no ocurrió hasta que no cursé una asignatura de traducción en la universidad, cuando estudiaba Filología Inglesa. Hasta entonces, pese a ser una lectora voraz desde muy pequeña, no me había parado a pensar en que los libros extranjeros que yo leía los había reescrito alguien en mi idioma, ni mucho menos me había planteado que yo pudiera dedicarme a eso. Me hice traductora cuando, en esa asignatura, impartida magistralmente por la profesora Carmen Maíz, tuve la oportunidad de traducir textos de distintos tipos y me di cuenta de lo apasionante que era el proceso, la actividad traductora. Aunque pasaron varios años hasta que traduje mi primer libro, a partir de aquel momento fui traductora: cuando leía algo en inglés, lo traducía en mi cabeza; cuando leía un libro traducido, intentaba averiguar qué decía el original (buena señal si no estaba del todo segura de haberlo logrado); cuando oía una expresión en mi lengua materna que encajara bien con alguna expresión idiomática del inglés, la apuntaban mentalmente. Ahora bien, cómo me hice traductora profesional ya es otro cantar. Las primeras oportunidades llegaron pasado un tiempo; sobre todo, de la mano de algunas compañeras que confiaron en mí y me recomendaron a algún editor.

(P): ¿Se puede vivir de la traducción en España?

Creo que esta pregunta merece una respuesta matizada. Si atendiera únicamente a mi situación particular, tendría que decir que sí: yo vivo en España y, hoy en día, (mal)vivo de traducir sobre todo libros. Ahora bien, llevo poco tiempo dedicándome solo a esto y debo admitir que no tengo responsabilidades familiares ni soporto gastos importantes; si mis condiciones personales fueran otras, dudo mucho que pudiera dedicarme a traducir libros casi en exclusiva. No quisiera desalentar a las personas que estén dando sus primeros pasos y quieran abrirse paso en el sector, pero hasta las tarifas más altas son bajas y, para poder mantenerse a flote haciendo solo esto, hace falta un flujo de encargos constante y trabajar muchas horas. Es decir, que, aunque pueda vivirse en España de la traducción de libros, las condiciones económicas distan mucho de ser ideales y tenemos que seguir peleando —a nivel individual, cada cual en la medida de sus posibilidades, y a nivel colectivo, aunando fuerzas en asociaciones como ACE Traductores— para que percibamos por nuestro trabajo la remuneración que merecemos.

(P): Hace unos años surgía en Twitter la iniciativa #CitaAlTraductor, que tenía como objetivo dar visibilidad a la profesión de traductor/a. ¿Crees que la sociedad es consciente del trabajo que hacéis?

No sé si la sociedad en su conjunto es consciente de nuestro trabajo, pero creo que los lectores están cada vez más familiarizados con nuestra labor. Una buena traducción es fundamental para que la lectura sea agradable, con independencia de la calidad del original: si la traducción chirría, por el motivo que sea, sacará al lector del libro que está leyendo.

(P): ¿Qué podemos hacer desde la sociedad para ayudar en la visibilización?

Pueden hacerse muchas cosas y algunas ya se hacen, aunque no en la medida suficiente. Los medios de comunicación deberían citar siempre al autor de las traducciones que reseñan, omisión que resulta particularmente flagrante cuando incluyen fragmentos del libro traducido. Los editores pueden invitar a los traductores de sus obras a participar en las presentaciones de los libros, ya sea para conversar con el autor o en solitario. Los lectores pueden fijarse en la autoría de las traducciones de los libros que leen, hacerse un pequeño catálogo de traductores que les gusten y mencionar su nombre cuando recomienden el libro a sus amigos. Sobre todo, creo que es importante hablar de la traducción en términos positivos: muchas veces, se habla de nuestra labor como de un mal necesario y nuestro nombre solo sale a colación cuando metemos la pata. En general, como sociedad, creo que tendemos más a quejarnos más que a felicitar, a subrayar lo negativo más que a elogiar lo positivo. Cuando un producto o un servicio nos satisface, no siempre lo valoramos debidamente, sino que lo asumimos como algo natural, a lo que tenemos derecho. Y, aunque no niego que los lectores tengamos derecho a leer traducciones excelentes, no creo que eso sea incompatible con pararse a valorar y agradecer el mimo y la dedicación que ha puesto en ello una persona —un profesional— de carne y hueso.

«Admiro a los traductores veteranos que dedican su tiempo a los que empiezan y a los compañeros que luchan por los derechos de todo el colectivo».

(P): ¿Cómo afrontas la traducción de un libro? ¿En qué momento comienza tu trabajo?

La afronto, en primer lugar, con muchísima ilusión y curiosidad, porque cada libro es un viaje distinto y siempre me lleva a aprender cosas nuevas. También empiezo cada encargo consciente de la responsabilidad que entraña verter a mi lengua materna un libro escrito por otra persona. Pero mi trabajo empieza antes de ponerme a traducir: la negociación con la editorial (plazos, tarifas, porcentajes de derechos…) son las partes menos agradables de la profesión, pero son las que hay que gestionar para que traducir libros sea, efectivamente, un trabajo que desarrollemos en las condiciones más dignas posibles.

(P): ¿Qué libro te ha gustado más traducir? ¿Y el que más te costó?

El libro que más me ha gustado traducir quizá sea Los palacios del pueblo, de Eric Klinenberg, que publicará próximamente la editorial Capitán Swing. Como dice el subtítulo del libro, es un ensayo sobre «cómo la infraestructura social puede ayudar a combatir la desigualdad, la polarización y el deterioro de la vida ciudadana». Lo que cuenta me pareció muy interesante y sentí estar contribuyendo, aunque solo fuera un poquito, a la mejora de la sociedad. Además, me resultó muy ameno de traducir, porque el autor entrevistaba a muchas personas, así que el ensayo estaba salpicado de fragmentos casi narrativos. El que más me ha costado hasta la fecha ha sido, sin duda, Aprender a escribir, de Gertrude Stein, traducido al alimón con mi compañera Itziar Hernández Rodilla para la editorial greylock, puesto que es una obra sumamente experimental. Además, lo tradujimos en los primeros meses de la pandemia, durante el confinamiento, con todo lo que eso conlleva a nivel anímico y mental.

(P): ¿Cómo surge la oportunidad de traducir una obra? ¿Tomas tú la iniciativa o te las suelen proponer?

Por lo general, son las editoriales las que contactan con los traductores y les ofrecen traducir una obra determinada. A veces, si los traductores saben de algún título interesante que no se haya publicado en castellano, mandan propuestas a editoriales donde crean que pueda encajar, pero hay que ser consciente de que esas propuestas no suelen prosperar en la mayoría de los casos.

(P): Gracias a tu trabajo llegó a nosotras la obra Naturaleza es nombre de mujer, de Abi Andrews, un libro publicado por Volcano que revoluciona el terreno de la nature writing. ¿Qué supuso para ti y cómo afrontaste esta experiencia?

Para mí fue un reto conjugar la erudición del personaje y el tono coloquial e intimista con el que está escrito el libro, que adopta forma de diario. Disfruté mucho porque lo traduje en verano y, en vez de viajar de forma física, viajé acompañando a Erin, la protagonista, en sus peripecias por Islandia, Canadá y Alaska. De una forma bastante literal, además, porque recurrí en muchas ocasiones a los mapas e imágenes de Google para ubicarme o para visualizar los paisajes que describía la autora.

«Una buena traducción es fundamental para que la lectura sea agradable, con independencia de la calidad del original: si la traducción chirría, sacará al lector del libro que está leyendo».

(P): ¿Aprendes con las traducciones? ¿Qué le aporta esta profesión a tu vida?

Aprendo mucho: aprendo expresiones o palabras nuevas en mis dos lenguas de trabajo; aprendo sobre historia, sobre indumentaria, sobre arte… En respuesta a la segunda pregunta, esta profesión me permite, entre otras cosas, leer y escribir a la vez, dos de mis grandes pasiones.

(P): Muchos profesionales de la traducción destacan siempre que deben estar al día de todos los cambios de las lenguas y leer mucho. ¿Qué consejos le darías a una persona que se quiere dedicar a esto de la traducción?

Que lea mucho, todo tipo de libros, de épocas distintas, y que no descuide leer en su lengua materna (tanto originales como traducciones) por leer en versión original los libros de las lenguas extranjeras que domine; que asista a encuentros, charlas, etc., como El Ojo de Polisemo, y, por último, que se adhiera a alguna asociación profesional (yo pertenezco a ACE Traductores, la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores).

(P): ¿A qué personas del mundo literario y de la traducción admiras?

Más que mencionar personas concretas, preferiría hablar de actitudes que pueden encarnar distintas personas o proyectos según el momento. Admiro a las editoriales que publican poco y bien, cuidando el trato con todos los profesionales implicados en el proceso, y a las que ponen en marcha proyectos modestos con recursos limitados y no por ello intentan recortar en los honorarios de sus colaboradores. Admiro a los profesionales del libro y de los medios de comunicación que utilizan su altavoz para denunciar las injusticias que se cometen en el sector y solidarizarse con las personas damnificadas. Admiro a los traductores veteranos que dedican su tiempo a los que empiezan y a los compañeros que luchan por los derechos de todo el colectivo.

«Si mis condiciones personales fueran otras, dudo mucho que pudiera dedicarme a traducir libros casi en exclusiva».

(P): ¿Cómo ves el futuro de la profesión de traductora?

Creo que los libros siempre van a necesitar seres humanos que los traduzcan, por mucho que pueda evolucionar la tecnología y por mucho que pueda ayudarnos.  

(P): ¿En qué proyecto estás inmersa actualmente?

Ahora mismo, estoy traduciendo un libro titulado Explorations para la editorial greylock a medias con mi amiga y compañera Clara Ministral y, simultáneamente, el tercer volumen de la saga Jalna, titulado Mary Wakefield, para la editorial Avarigani, que el pasado mes de julio publicó el primero, La fundación de Jalna (la traducción del segundo la entregué a principios de este mes).

Foto de la autora: Helena Goñi

Escrito por

Graduada en periodismo y enamorada de la lectura y la cultura. Porque leer nos hace mejores personas.

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