La gallega Inma López Silva acaba de publicar recientemente en gallego la novela Aqueles días nos que eramos malas, de la mano de la Editorial Galaxia; y en enero dará el paso al castellano con el apoyo de Lumen. Inma es una de las grandes voces de la literatura gallega contemporánea y en todas sus novelas se aprecia una narración exquisita, la visibilidad de la mujer, el pasado como influencia más inmediata en el presente… Aqueles días nos que eramos malas, su novela más ambiciosa, cuenta la historia de cuatro mujeres que pasan sus días en el módulo de mujeres de una cárcel. La reflexión sobre el mal, las circunstancias que nos llevan a cometer un delito y las injusticias son los temas sobre los que invita nos invita a reflexionar.
Columnista y crítica teatral, ha ganado varios de los premios literarios más significativos de la narrativa gallega actual, y es autora de una docena de libros, entre los que destacan Concubinas o Memoria de cidades sen luz, Premio Blanco Amor en el año 2007.
Pregunta (P): Recientemente has publicado en gallego con la Editorial Galaxia el libro Aqueles días nos que eramos malas, y en enero saldrá en castellano con Lumen, ¿qué supone este paso en tu carrera?
Es un salto importante. Otras novelas mías habían sido traducidas ya pero con poca fortuna editorial… ¡literalmente! Fueron editoriales que habían nacido de ambiciosos proyectos truncados por la crisis, así que haber sido aceptada por una editorial potente que, además, se está comprometiendo muchísimo con el libro, es un honor que da un poco de vértigo… Además, Lumen apuesta explícitamente por las voces femeninas en la literatura en su proceso de renovación del catálogo, cosa que me gusta especialmente…
(P): Esta novela trata de los porqués de cuatro mujeres en la cárcel, ¿qué objetivos perseguías?
Quería hablar del mal y de la libertad como entidades universales que contribuyen a una mayor discriminación de las mujeres. En ese marco, se me ocurrió, hace unos seis años, que la cárcel como espacio podría ser útil para aproximarme a esas cuestiones. Luego, en cuanto empecé a investigar ese mundo, otros objetivos fueron surgiendo: hablar de la propia cárcel y de nuestra hipocresía como sociedad ante el delito, hablar de la maternidad en casos de exclusión social, hablar de la pobreza, y hablar de la propia literatura.
(P): ¿Cuál de las cuatro historias es la que más te ha costado escribir?
Por supuesto, la de Inma, la escritora que soy y no soy yo, la que aporta una vuelta de rosca al punto de vista y con la que confieso muchas de mis ansias personales, especialmente las referidas a la literatura, a las relaciones emocionales y a la locura.
(P): En una novela sobre la cárcel resulta difícil distinguir los límites entre realidad y ficción, ¿hasta dónde va una y la otra?
Evidentemente, todo es ficción porque es una novela, pero está planteada desde una idea concreta que tiene que ver con la duda. Esa duda se plantea a través del personaje de Inma para obligar a la lectora o al lector a hacer una reflexión: si es posible que esa narradora, que es como yo (pensará el lector) porque la autora se parece a mí, termine en la cárcel, ¿no será que la diferencia entre estar dentro o fuera no tiene tanto que ver con el hecho de la maldad? Cualquiera puede entrar en la cárcel porque cualquiera puede desesperarse, cometer un error o enloquecer. Y eso no nos convierte en malos. Porque, en definitiva, ¿la maldad no tiene algo de convencional? Por lo mismo, las historias de las mujeres presas están basadas en historias reales que cualquiera puede reconocer, y se plantea la posibilidad de que sus actos respondan a un fatum, a un destino inevitable del que no las han dejado huir.
(P): Las cárceles están llenas de prejuicios. Tu libro me ha recordado mucho a Día de visita, una crónica del periodista Marco Avilés sobre el penal de Santa Mónica, en Perú, ¿cuánto de realidad hay en lo que nos cuentan los medios de comunicación?
No sólo prejuicios, sino silencios. Las cárceles son mundos reducidos llenos de personas cargadas de historias y no sabemos absolutamente nada sobre ellas. No se habla de las cárceles, como si fuesen un infierno con el que convivimos pero preferimos no ver. Yo creo que el motivo de ese tabú es una hipocresía social que, creo, nos genera vergüenza. A través de la privación de libertad, hemos sofisticado nuestras formas de castigo a la inadaptación, al incumplimiento de las normas de convivencia y, por supuesto, también el daño a los demás, porque, efectivamente, hay que hacer algo con la gente que daña a otros: violadores, asesinos…, aunque sean poblaciones más bien reducidas en las cárceles. Pero lo cierto es que en las cárceles escondemos a todas esas personas cuya presencia nos recuerda que hemos fracasado como sociedad y que tenemos miedo de nosotros mismos. Las cárceles son tabús porque sabemos que lo que escondemos allí no es el mal sino la exclusión, la pobreza y la enfermedad mental.
(P): ¿Por qué has decidido incluir en esta historia a cuatro mujeres y los hombres aparecen solamente como personajes secundarios?
Porque quería tratar estas cuestiones desde el punto de vista femenino. Uno de los personajes dice en un momento dado que a nosotras ni siquiera nos dejan ser malas, pues la condición de mujer en la sociedad occidental implica de antemano una incapacitación para la libertad que, en el caso de muchas delincuentes, viene justamente de las decisiones que sus hombres (padres, hermanos, maridos, novios) toman por ellas. Las mujeres somos menos libres en la cárcel y más malas no sólo por ser delincuentes, sino por ser mujeres. Esa perspectiva sobre el mal y la libertad era específicamente la que quería tratar en esta novela.
(P): En ella encontramos todos los personajes femeninos, ¿existe la literatura femenina o es solo una etiqueta denigrante?
No es denigrante, pero sí es una etiqueta. Como etiqueta, tiene su lado bueno y su lado malo. Me preocupa el lado malo, y es que el hecho de ser una mujer que escribe ya me sitúa en un espacio específico de la literatura que condiciona muchas lecturas, cosa que se intensifica si se trata de una “novela de mujeres” debido a sus personajes. En este sentido, el mercado literario es para las escritoras como el módulo de mujeres: todas en el mismo saco, hagamos lo que hagamos y nos comportemos como nos comportemos. Ellos tienen sus módulos de cosas distintas igual que el mercado literario secciona la literatura de hombres para venderla mejor. Nosotras, en cambio, somos una etiqueta en sí misma. Eso habrá de ir cambiando. Entre tanto, debemos aprovecharlo para visibilizarnos y situar en el debate literario la lucha feminista.
(P): Una crisis de inspiración sirve de línea conductora de las historias que aquí se cuentan, ¿has sentido en alguna ocasión que te quedabas en blanco?
No en blanco, pero siempre que termino una novela tengo miedo de no ser capaz de volver a escribir otra. Esa sensación, imagino, es muy parecida a las llamadas crisis de inspiración, por eso la he empleado como punto de partida.
(P): En todas tus novelas encontramos un aire de nostalgia de los tiempos pasados, ¿qué es el tiempo pasado?
El pasado es lo que ya no es, lo desaparecido que no volverá, pero que condiciona nuestro presente. Solo se puede acceder a ese pasado que ya no es a través del discurso del presente; en ese sentido, el pasado se hace ser a través del relato, y por eso la literatura tiene la obligación de ofrecer discursos para construir ese pasado que condiciona nuestro presente.
(P): Es esta tu novela más ambiciosa, ¿por qué?
¡Eso dicen! La última es siempre la más ambiciosa. Supongo que en este caso, además, me he liberado a mí misma de ciertas cosas que pesaban mucho en mi obra como el canon literario, la búsqueda de una voz personal, etc.
(P): ¿Qué supuso para ti haber ganado varios premios en Galicia?
Supone ante todo un reconocimiento que todo artista necesita y un estímulo importante que tiene que ver con el hecho de sentir que lo que una escribe tiene cierto eco. Además, en una literatura como la gallega, los premios a menudo son la única forma de conseguir algo de dinero y, sobre todo, promoción para que las novelas puedan encontrar su público. Aunque, de todo ello, me quedo con el estímulo y el reconocimiento, porque eso contribuye a hacernos un poco más felices a las escritoras.