Es una de las grandes voces de la narrativa española actual. Los libros de Cristina Sánchez – Andrade se pueden leer pero, sobre todo, oler y sentir, porque la gallega tiene la capacidad de contar historias que, aunque parezcan un poco exageradas, parten de la realidad más pura. La crítica define su estilo como “realismo mágico con tintes gallegos” y su originalidad es imposible de imitar.
La descubrí con Las Inviernas, y me encantaron sus otras novelas Alguien bajo los párpados, Bueyes y rosas dormían, y su reciente libro de relatos El niño que comía lana. En este mes de #LeoAutorasOct, y a punto de publicar un libro sobre la escritura, nos explica cómo surge en ella el proceso creativo.
´»Empiezo a escribir con una vaga idea de uno o varios personajes. No sé quiénes son –debo empezar a conocerlos–, y menos por qué han venido a mí. A veces, como en mi novela Alguien bajo los párpados, tengo una idea de cómo visten (Bruna lleva un traje de novia y a Olvido le asoma el camisón por debajo del abrigo). Incluso uno de ellos puede repetir una frase (“Tengo los pies fríos y mojados. He caminado demasiado tiempo bajo el lecho de una laguna, es hora de marchar.”) Por esta frase, supe que estas dos ancianitas estrafalarias se querían marchar. ¿Adónde? Eso es lo que tenía que averiguar a través de la escritura.
A pesar de los libros que ya tengo publicados, y que eso me debería dar un bagaje, siempre surgen las mismas dudas; vuelves a estar frente al abismo de la primera novela. Todo lo que has aprendido no te sirve de nada. Bueno, sí; te sirve saber que ese es el proceso y que al final se sale de la incertidumbre. Solo hay que seguir escribiendo.
Y luego hay otra cosa. Nunca eres libre hasta que te pones a escribir, pero es que escribiendo tampoco lo eres. Cuando escribes, estás pensando en que deberías estar atendiendo a tu familia, haciendo ese recado urgente, etc. Y te dices, ¿qué hago yo dedicada a esto que probablemente sea una bazofia que voy a tirar a la basura y por lo que, además, nadie me paga? ¿Le importa a alguien esta mierda que estoy escribiendo? Y entonces te levantas y de nuevo te pones a hacer cualquier cosa; sales de casa. Pero por el camino, tampoco te sientes bien. Y cuando estás de vuelta, te pones de nuevo a escribir.
Lo mejor es poner a hablar a los personajes. Escribir un diálogo. Que sean ellos los que decidan quiénes son, dónde viven, qué hay en su frigorífico, qué hace que se rían a carcajadas, por qué gimen en la oscuridad, qué les produce miedo, a qué olía la cocina de su infancia, qué secreto ocultan en su corazón o por qué desayunan huevos de codorniz. Al principio hay que emborronar muchas páginas, escribir mucha morralla. Tus personajes intentarán engañarte con frases estériles, frases de conversación en ascensor o frases sobre el tiempo. Pero no importa. Métete en ese ascensor y di “Buenos, días. ¡Qué frío hace hoy!”. Ellos te contestarán seguro. Ellos dirán algo como: “Sí, parece que ya llega el invierno definitivamente” o “¡Habrá que volver a sacar los abrigos!”. Pero hay un momento en que los personajes se cansan de frivolidades y entonces empiezan a decirte cosas reveladoras. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. O, “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”.
Es un momento delicioso. Notas cuando estás en ese momento porque en realidad ya no estás escribiendo sino que la escritura te escribe a ti: de alguna forma, has conectado con tu interior. “Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que hay dos tipos de escritura”, dice Jeanette Winterson. “La que tú escribes y la que te escribe a ti. La que te escribe a ti es peligrosa. Vas dónde no quieres ir. Miras donde no quieres mirar”.
Se te hace un nudo en la garganta, una tirantez en el diafragma. Lo notarás porque te estás divirtiendo (sí, yo quiero llamarlo así), y no te puedes levantar de la silla. Te sientes arrebatado, casi furioso. Te sientes como si estuvieras enamorado. Notas la garra en el estómago.
Ya estás encaminado«.