Amo las novelas de descubrimientos, esas que nos hablan de la iniciación y de lo que supone el tránsito de la vida infantil a la etapa adulta. Sobre este asunto he leído muchos libros, y nunca dejo de aprender, de reflexionar sobre los porqués de los cambios, sobre el momento justo en el que dejamos de ser una persona para ser otra, con la misma esencia pero con otra perspectiva de la vida.
A lo largo de mis experiencias lectoras, he descubierto que ese cambio siempre se produce cuando un algo se rompe dentro nuestra, bien sea por un suceso extraño en nuestras vidas, o porque desde fuera se activa el resorte de avance en el ciclo de la vida. De esos descubrimientos nos habla Eduardo Mendicutti, gran amigo de mi autora predilecta, Almudena Grandes, en su libro Fuego de marzo, un conjunto de relatos escritos en diversos momentos a lo largo de veinte años y que se vieron reunidos en 1995. En estos relatos, el autor gaditano nos presenta unos personajes que avanzan de la inocencia, y la inocencia, a la madurez que entraña una conciencia clara sobre lo que nos ocurre, y de ahí nuestro sufrimiento.
Los protagonistas de este Fuego de marzo son niños, y mientras avanza el relato en cuestión vemos los cambios que se producen en sus vidas, y ese momento justo en el que todo se resquebraja. Precisamente en el relato que da título a este compendio se hace una comparación muy acertada entre lo que supone crecer y el bosque de una duna ardiendo. Lo que ocurre en el caso en cuestión es que lo anterior desaparece y se crea algo nuevo, como si empezásemos de cero.
Estos cuentos tienen otra característica en común, y es que en todos ellos están presentes, en mayor o menor medida, el sexo y la homosexualidad. Los niños, que son niños, no saben qué hacen un hombre y una mujer, o dos hombres o dos mujeres, hasta que empieza a emerger algo dentro de ellos.
“Nada de aquel paisaje existe. La ciudad ha cambiado. Incluso yo mismo soy ya incapaz de reconocerme. Sin embargo, aquel tiempo vive, respira, se desangra muy despacio, como esperando que yo vaya a recogerlo”.
Salvando distancias, pues estamos delante de un libro de cuentos, Fuego de marzo me ha recordado mucho a otros libros como Malena es un nombre de tango, de Almudena Grandes, Un calor tan cercano, de Maruja Torres, o Lo que me queda por vivir, de Elvira Lindo, ya que en todos ellos la infancia aparece reflejada como ese periodo en el que todo es felicidad. Y es que los que manejan la pluma suelen coincidir en que la inocencia de esas primeras edades es la que hace que todo se vea como un juego, y no se distinga la maldad de las personas.
Aunque todos los cuentos son para disfrutar con calma, a mí me ha gustado especialmente el inicio del primero, en el que se dice así:
“Mi padre sólo tenía que tocarme un poco la cabeza y susurrar mi nombre y decirme date prisa, ya es la hora. Yo al instante recordaba hoy salimos de cacería, como todos los sábados y domingos, antes de que amaneciera”.
Sin duda, Mendicutti es un experto en los buenos comienzos, de ahí que los cuentos aquí reunidos funcionen tan bien, puesto que ya están impregnados de intriga y magia desde la primera página. Y si a ello añadimos que en él se evoca el mes de marzo, pues mejor que mejor. Una buena elección para el Reto libros con nombre de mes.
Ficha técnica
Autor: Eduardo Mendicutti
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 1995
Número de páginas: 164