Esther Ginés es una periodista y escritora nacida en Ciudad Real en 1982 y que acaba de publicar Mares sin dueño en la editorial Tres Hermanas. En esta novela, por cierto maravillosa, explora temas como la identidad, la incomunicación, el peso del pasado y la complejidad del amor.
Esther Ginés lleva vinculada a la escritura desde muy joven, y cuenta en su haber con otras dos novelas: El sol de Argel y En la noche de los cuerpos. Su trabajo también ha formado parte de varias antologías colectivas. Periodista de formación, está especializada en literatura, tiene un máster en narrativa y ha trabajado tanto en medios de comunicación (prensa digital y radio) como en el mundo editorial. Hoy nos cuenta cómo es para ella el proceso creativo, en el marco de esta iniciativa por el #LeoAutorasOct.
«La búsqueda y la creación
Para mí, el proceso creativo está ligado a la búsqueda: la búsqueda de algo perdido, de algo que no encaja, algo que no logramos entender o que, tal vez, se rompió hace tiempo y ha dejado un vacío. Esta búsqueda es también una manera de estar en el mundo, incluso una manera de enfrentarse a un mundo en permanente cambio que muchas veces asusta. Pasar por este mundo es, para muchos, hacer frente a una sucesión de incógnitas a las que yo intento responder con la escritura. Es la forma en que puedo mirar lo que sucede alrededor y al hacerlo también consigo poner el foco en mí. Por cierto, decía William Burroughs que “la mayoría de personas no ven lo que sucede a su alrededor”, y cuando le preguntaban por su principal consejo para los escritores era que <<mantengan los ojos bien abiertos>>.
Escribir me ayuda a arrojar luz sobre las cosas que desconozco del mundo y, en especial, sobre el modo en que yo me relaciono con esos temas que desconozco o que me producen extrañeza. Hace años, Juan José Millás me dijo en una entrevista que para él la escritura era como un bisturí eléctrico: abre la herida a la vez que la cauteriza. Me pareció un símil muy acertado. Los creadores, más allá del tópico o de la idealización de esta afirmación, casi siempre tomamos como punto de arranque la herida y giramos alrededor de esa cicatriz que acaba formando parte de nosotros y con la que nos vemos obligados a convivir. Esto no tiene que ser siempre algo oscuro o negativo; como dice Piedad Bonet: <<Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que no olvidemos las heridas>>.
La importancia de la herida en la creación conecta con otro de los elementos fundamentales que yo asocio a la escritura: la memoria y cómo esta se distorsiona, es traicionera y voluble. Carmen Martín Gaite, una de mis grandes referentes, habla de esto en muchas de sus obras esenciales (sobre todo en El cuarto de atrás), también lo hace Ana María Matute. Y otra de mis autoras de cabecera, Marguerite Duras, menciona en su libro Escribir que la soledad es un elemento indispensable (para ella es, en realidad, lo que hace que una persona pueda ser escritor y otra no) en el punto de partida de la creación, algo que también ha sido una constante en mi trayectoria desde que recuerdo: <<La soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce (…) Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe de haber una separación de los demás. Es una soledad, es la soledad del autor>>.
No hay escritura sin soledad. Tal vez, tampoco la haya sin un cuarto propio, sin una mirada propia o sin una cicatriz que nos recuerde que algo dolió una vez en nuestra vida«.