Miriam Beizana Vigo nació en A Coruña en 1990. En 2016 inauguró con David Pierre la web literaria A Librería, también participó en el podcast #CaféLibrería y en la web Hay una lesbiana en mi sopa. Cuenta con tres obras narrativas: la bilogía compuesta por Marafariña (2015) e Inflorescencia (2018) y la novela corta Todas las horas mueren (2016). También ha publicado diversos relatos, entre los que destacan «El tren» (autopublicado en Lektu, finalista en el XI Certamen de Cuentos Interculturales Melilla en 2017), «DOR» en Actos de F.E. (Editorial Cerbero, 2018) y su relato «A Raíña», finalista en el I Premio Misteria de LES Editorial (2019). Su reciente novela es La herida de la literatura que, por cierto, cuenta con prólogo mío.
En este mes de #LeoAutorasOct conocemos un poco los procesos creativos de algunas escritoras que me gustan, y esto nos cuenta Miriam:
«A veces, cuando veo lo que he escrito me pregunto cómo lo he hecho.
He decir que los últimos años de mi vida han sido particularmente duros. Supongo que he tenido dos épocas muy oscuras en mi pasado y acabo de sobrevivir a una más. Es curioso cómo estos tiempos difíciles (entre cansancio, ansiedad y depresión) ayudan a potenciar la literatura. De hecho, ya desde muy joven no pude separar nunca la ficción de mi realidad. Sólo concibo el presente narrándolo. Creo que ese siempre ha sido mi truco para seguir un poco más.
No tengo rutinas para escribir, tampoco soy metódica. El caos de mi día a día me lo impediría (he pasado mucho tiempo en hospitales y rodeada de enfermedades largas y tediosas de seres queridos, tengo un trabajo a jornada completa y partida y, además, estudio por las noches y procuro hacer ejercicio de manera constante). No obstante, a veces, no sé ni cómo, se aprieta el pause y fluyen las páginas a borbotones. Como si mi mente tuviera que liberarse de cierta presión. Funciono así, como azotes de impulsos repentinos. No sé hacerlo de otra manera.
Después, le suceden días y días de absoluta sequía. Aunque la sequía es siempre, ‘práctica’. Porque en realidad yo siempre estoy escribiendo, pero eso no significa que eso se traduzca en sentarme frente al ordenador o al cuaderno. Me he perdido, pero no sé si me sigues. Cuando estoy conduciendo, cuando salgo a correr, cuando practico yoga, cuando estoy leyendo, cuando estoy con mis gatitas en el salón. Y también cuando estoy con mis amigas tomando unas cervezas, cuando contabilizado facturas o estoy lavando en coche en el autoservicio. Y voy más allá: estoy escribiendo cuando lloro amargamente, cuando me río a carcajadas o cuando estoy haciendo el amor.
Hace tiempo diría que escribir era una herida insanable (de eso hablo en mi última novela, La herida de la literatura). Ahora, escribir me otorga paz y control sobre mí misma. Me hace ser libre y me hace escaparme cuando yo quiero. Puedo reinterpretar mi pasado y fantasear con mi futuro a golpe de bolígrafo.
¿Será la madurez? ¿Será la desidia que me ha llevado al lado opuesto? No lo sé. Y pienso: en el dolor de Carmen Laforet por no ser capaz de escribir, en la amargura de Elena Fortún por ser olvidada, en el afán de narrar lo tróspido de Mónica Ojeda, el peligro de la escritura al que se refiere recurrentemente Arelis Uribe, las mentiras de Virginia Woolf, en la manera de girar y girar en las experiencias rotas de Berta Dávila… Sí, pienso. Y lo veo, que las autoras, vengamos de dónde vengamos, compartimos esos sentimientos vitales.
Si me preguntas, entonces, cómo escribo respondo con contundencia que no lo sé».