Existe un halo de magia en ese proceso mediante el cual un escritor pasa de ser un desconocido a como de la casa. Eso me ocurrió con Juanma Gil (Almería, 1979), quien ya cuenta con varios libros a su espalda, como Guía inútil de un naufragio, Inopia, Mi padre y yo. Un western y Las islas invertebradas, y que está cosechando un gran éxito con Un hombre bajo el agua, la nueva apuesta de Expediciones Polares, que destaca por el ejercicio de un interesante juego literario de ‘confusión’ de realidad y ficción. Con un peso muy importante del pasado y de los recuerdos, aunque exentos de esa mirada nostálgica, Juanma Gil recrea una historia adictiva e impregnada de sinceridad. ¿Literaria o vital? En esta entrevista nos cuenta algunas de las claves de la novela.
Pregunta (P): Inevitable no comenzar preguntándote, ¿cuánto hay de ficción y de realidad en tu reciente novela, Un hombre bajo el agua?
Para esta pregunta creo haber encontrado una respuesta mientras charlaba con algunos lectores del libro. Hay muchísimo material biográfico, pero no necesaria y exclusivamente autobiográfico. Mi trabajo como escritor ha sido ordenar y desordenar ese material hasta convertirlo en un texto que se colara entre las costuras de la realidad y la ficción, hacer dudar, empujar hacia la desconfianza y seducir con ese destello que desprende la intimidad personal y profesional. Hay mucho de realidad en mi novela, no de mi vida. ¿Me crees?
(P): ¿Qué peso tienen los recuerdos en la vida?
Creo que nuestras sociedad está seriamente herida por la nostalgia. Los recuerdos, o el relato de nuestros recuerdos, es el material idóneo para que esa nostalgia enraíce y se haga poderosa. No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero me encuentro ese mensaje en muchísimos productos: publicidad, series, cine, literatura… Digamos que procuro tener cuidado con que mis recuerdos no me conduzcan inexorablemente a un exceso de nostalgia. La nostalgia mezclada con la literatura es material inflamable.
(P): En tu novela, la infancia está muy presente, aunque huyes del tópico de la felicidad y la nostalgia de esa época. ¿Por qué?
Porque la infancia, en ocasiones, puede convertirse en un escenario salvaje. Al menos así la recuerdo yo. Sin duda era desvelo, exploración y descubrimiento. Pero también jerarquía, violencia y miedo. No hablo de una intensidad extrema, pero sí la suficiente como para que hoy la recuerde como una época a la que no me gustaría regresar.
(P): ¿De qué forma los pueblos y sus gentes modelan y conforman nuestra identidad?
No sabría contestarte con precisión a esa pregunta. Pero tengo la impresión de que mi barrio me ha marcado poderosamente en algunos aspectos. En lo que a mi faceta literaria se refiere, destacaría mi gusto por determinados planos de la oralidad, la exigencia de mirar cualquier cosa desde un punto de vista que no sea predecible y un banco inagotable de hitos y peripecias que rozan la ciencia ficción. Mi barrio, como no podía ser de otro modo, me fascina. Pero también me duele.
(P): Se dice a menudo que la mente es selectiva, y que recordamos lo que queremos y cómo queremos. ¿Se traspasa esto a la literatura?
Creo que sí. En el caso de la literatura quizá de un modo más palpable. El escritor recuerda el qué y el cómo en función de lo que se traiga entre manos. Afortunadamente, en ese proceso, se vuelve despiadado. Las piezas de una novela tienen que apretarse unas contra otras. Si no, empiezan escucharse ruiditos, surgen interferencias, la maquinaria se vuelve torpe, y el lector no suele tener mucha paciencia en estos casos.
(P): Tu historia destaca por la sinceridad que emana. ¿Crees que esta sobre exposición te perjudica o te beneficia como autor?
Lo único que me puede beneficiar o perjudicar como autor es que el libro funcione o no a ojos del lector. Y creo que la construcción de esa sinceridad se pone al servicio de ese fin.
(P): Me has recordado mucho a El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández. ¿Has leído esta novela? ¿Coincides en sus semejanzas con la tuya?
La he leído. Me gustó mucho y me impactó aún más. Sobre todo porque cuando la leí yo acababa de terminar un borrador muy avanzado de Un hombre bajo el agua y tenía la cabeza muy metida en cuestiones similares. Existen puntos de conexión evidentes. La primera persona, la identificación entre el autor-narrador-protagonista y una acción que se inicia con una muerte trágica. Pero creo que ambas propuestas se sostienen en puntos distintos. Quizá opuestos, si se me permite. En Un hombre bajo el agua hay una carga paródica, satírica y desmitificadora sin la cual es imposible explicar y entender esta historia, este mensaje. Sin esa carga no me habría atrevido a escribirla. Creo que a Miguel Ángel Hernández le preocupaban otros aspectos bien distintos a la hora de plantear su gran novela.
(P): ¿Cómo fue el proceso de escritura de Un hombre bajo el agua? ¿Dolió?
Creo que se trata del libro con el que más he disfrutado durante el proceso de escritura. Cuando comencé a trabajar en él me embargó la idea de que estaba cometiendo una locura, una excentricidad que nadie entendería, a excepción de algunos conocidos del barrio y de la infancia. Aun así decidí dejarme llevar y disfrutar todo aquello que me deparara. Luego la literatura tiene sus pequeñas sorpresas: es el libro que más lectores me está trayendo.
«Mi barrio, como no podía ser de otro modo, me fascina. Pero también me duele».
(P): ¿En qué momento decides que tienes que escribir esta historia?
De un modo muy parecido a los anteriores. Una noche, mientras cenábamos en casa, hablé del miedo que me producían las balsas de riego. Conté cómo mi madre, gracias a sus relatos de terror con los que intentaba mantenerme a salvo durante la infancia, había conseguido que esas aguas estancadas despertaran en mí un profundo terror. Después de esa cena, no supe sacarme de la cabeza esa idea y, de un modo casi instintivo, fui reconstruyendo algunos días de aquellos años. No tardé en sentarme frente al portátil para dar algo de orden a todo aquello. Cuando vine a darme cuenta, ya había escrito la mitad de Un hombre bajo el agua.
(P): “Algunos dicen que la poesía está en los límites de la comunicación, que llega a lugares donde uno no se atreve a asomarse, que nombra lo que carece de nombre”. Es una cita de tu libro. Me intriga saber a qué quisiste poner nombre con esta historia.
Te diré dos cosas. La primera: lo despiadados que podemos llegar a ser con tal de ser escuchados, de imponer nuestro relato, de colocarnos en el centro de cualquier escena. Y la segunda: cuán estúpidos somos los escritores cuando nos engulle lo trascendental. Apréciese el tono de esta última frase.
(P): Tus personajes reflexionan mucho sobre la ficción y la memoria. ¿Es en cierta manera un intento de explicar a los lectores y lectoras el porqué de la escritura? ¿Qué es para ti la ficción?
En realidad cuando escribo no intento explicar. Intento entretener, seducir, incomodar, divertir, emocionar, cabrear y amontonar un buen puñado de preguntas. Y aunque no sé si lo consigo, no dejo de intentarlo. La ficción, por tanto, es un ingrediente sabrosísimo para conseguir todo eso. Pero no es indispensable.
«Las redes sociales son un excelente escaparate y democratizan algo más esto de la promoción literaria».
(P): Tu Instagram está repleto de fotos de lecturas. Así que me atrevo a retarte, ¿qué es lo mejor que has leído en lo que va de año? ¿Y en tu vida?
Se me da muy mal elegir. Pero voy a intentar contestarte y añado un bonus track. De los libros que más he disfrutado en mi vida: La mancha humana, de Philip Roth. De las lecturas que llevo este año: La vida a ratos, de Juan José Millás. Y el bonus track: El comensal, de Gabriela Ybarra (de lo mejor que he leído en los últimos años).
(P): ¿Qué importancia tienen las redes sociales en la promoción de la lectura?
Son un excelente escaparate y democratizan algo más esto de la promoción literaria. Antes todo pasaba por los suplementos culturales de los periódicos y, como ya sabrás, entrar ahí era un trabajo muy complicado. Ahora los lectores comparten los libros que les apasionan y eso tiene un poder de contagio tremendo. No hay mejor publicidad que la que hace alguien que se mueve por la pasión y la generosidad.
«Cuando escribo no intento explicar. Intento entretener, seducir, incomodar, divertir, emocionar, cabrear y amontonar un buen puñado de preguntas».
(P): ¿Qué ha supuesto para ti editar este libro tan especial con Expediciones Polares?
A día de hoy, una alegría difícil de explicar. Por cómo han tratado el libro, por la cuidadísima edición, por su intento constante de llegar a más y más lectores y por tratarme como parte de la familia desde el primer momento.
(P): ¿Estás escribiendo actualmente alguna historia o inmerso en un proyecto del que nos puedas avanzar algo?
He comenzado a escribir de modo desordenado sobre una idea que revolotea sobre mí todo el tiempo. No sé dónde me llevará y me tiene boquiabierto. Quizá eso sea lo mejor. Creo que es más fácil que un lector se sienta embelesado por una historia si el escritor vivió en ese estado mientras la escribía.
Algunas lecciones interesantes y novedosas en esta entrevista. Valió la pena leerla.
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