“Y hoy, así de pronto, Juan cae en la cuenta, de que se acabaron las caricias, para siempre. De que se acabaron las broncas de la Conversa y también sus retahílas, y sus expresiones, sus explicaciones, sus maneras, sus aspavientos, sus meneos, sus ayes, sus suspiros, sus tarareos, sus que siaquídóndeestálajusticia, por dios bendito, dónde Juan, dónde está la justicia, no… no me beses ahora… no que mira… Que nunca más sus sin sabores, y lo peor sin sus jugosos sabores, aireados o no y es que cuando se desencrustó la mala iglesia, se liberó pero bien. Que nunca más sus miramés, sus recogidas de barbilla a dos manos, que nunca más sus zarandeos, sus queespabiles, sus Juandemivida, es que, es que me haces ver el cielo. Que nunca más, sus pedazos de carcajadas. Sus vaivenes de falda. Que nunca más sus aymadremíaquépelos.
Y el marido de la Conversa, el padre de los hijos de la Conversa, sigue la vía mientras oye el silbido de algún tren, y como es un puñetero cobarde no se tira…
Y sigue andando por la vera,
al margen,
como había vivido hasta ese momento, al margen,
solo a sus libros…,
solo…,
solo a sus cuentos,
solo
solo a sus escritos,
solo
solo a sus érasesqueseeran
solo a sus pintores, a sus artistas, solo a lo suyo,
solo.
Menudo bofetón le está dando la realidad,
Hostia puta, menudo bofetón.
Y llega al cerro del Testigo…, y salta los restos del búnker de la guerra, de nuestra guerra, de la guerra de su padre…, varias veces, a un lado y a otro… Y del otro al uno… da saltos increíbles y forma ejes imaginarios de simetría axial.
Y gracias a la enorme fuerza que le inyecta el dolor y la pérdida, su cuerpo va conquistando la forma de un pájaro… y sobrevuela los cascotes y la basura del cerro a partes iguales.
Y clava sus manos en el suelo con una fuerza desmedida, la que no había tenido ni por asomo para poner a su hijo Antonio en su sitio.
Y se destroza las manos para no sentir el dolor de fuera.
Y al llegar arriba, abre los brazos…
Y siente un grito infinito que le atraviesa las entrañas, como un rayo, un grito que no está escrito, solo pintado por Munch.
Y gime como lo había hecho la raza hombruna desde su fundación cuando venían mal dadas, a escondidas y en soledad.
Y balbucea como cuando al nacer su padre le abandonó a su suerte”.
Fragmento de Al abrigo, de Elisa Sánchez Prieto.