“A la abuela le compramos una mantelería de té. A mi madre, unos pañuelitos. Es como si fuéramos una familia normal, una hija y un padre que se han ido de excursión y compran suvenires para llevar de vuelta a casa. Un marido que quiere quedar bien con su mujer y su suegra, una hija cómplice que le dice qué les va a gustar más a las dos. Por un ratito me lo creo, me hace feliz. Y aita parece que también lo está.
Comemos en un restaurante con vistas al puerto. Aita está parlanchín, me habla de cuando era niño y su madre traía a casa lo que le sobraba de vender en la lonja, que estaba harto de comer sardinas y anchoas y que todavía son pescados que no le gustan demasiado.
– En aquellos años eran pescados de pobre, hija, como los jibiones, que tu abuela los sabía poner de mil maneras.
– ¿Te acuerdas de tu alma?, le pregunto.
– Cada vez más.
– ¿Y de tu aita?
– De ése menos. No fue un buen padre.
Nos quedamos callados. Los dos parece que hemos pensado lo mismo.
– Ya hija, yo tampoco tengo mucho de lo que estar orgulloso.
Yo no sé qué decirle. No me sale consolarle, tampoco quiero meter el dedo en la llaga. Lo estamos pasando hoy tan bien. Seguimos comiendo un rato en silencio, hasta que él me empieza a preguntar por mis estudios, por qué me gustaría hacer de mayor. Le digo que lo único que me gusta de verdad es leer.
– ¿Y escribir? De niña escribías cuentos.
– Bah, escribo chorradas, para mí, sin más.
– Podrías ser periodista o algo así. Con lo que te gusta preguntar… Y tienes ese puntito impertinente.
Me lo tomo como una broma. Comemos muchísimo y aita bebe un poco más de la cuenta como para conducir. Le convenzo para que se eche una siesta en el coche mientras me doy otro paseo por el pueblo, me siento un rato en el puerto. Después de más de una hora le despierto. Parece que ya no está de tan buen humos. Propone que volvamos a casa antes de que anochezca. Faltan todavía muchísimas horas, pero creo que es mejor así. Tengo miedo de que este día tan bonito se estropee. El viaje de vuelta lo hacemos en silencio, salvo algún comentario sobre el paisaje, otros conductores, la temperatura, y esas cosas que no incitan a la discordia”.
Del libro Mejor la ausencia, de Edurne Portela.