“Observo con alarma que la cuestión de los hijos no ha prosperado.
Todo lo contrario, experimenta un grave retroceso.
¿Qué ha sucedido? ¿No nos habíamos liberado las mujeres, de la condena o de la cadena de los hijos que nos imponía la sociedad? ¿No habíamos dejado de procrear con tanto ahínco? ¿No logramos salir y entrar del cerco doméstico dejando atrás las culpas? ¿No habíamos logrado que los progenitores asumieran una paternidad consecuente? ¿No dejamos de tolerar infelices arreglos de pareja? ¿Acaso no es cierto que son las mujeres quienes, en una aplastante mayoría, piden ahora el divorcio y lo consiguen? ¿No logramos la custodia compartida? ¿No pudimos decidir cómo criar a los hijos? ¿No les pusimos límites? ¿Cuándo fue que se volvieron nuestros impunes victimarios y los de sus padres? ¿Qué los transformó en los invencibles dictadores que ahora son? ¿En clientes a los que hay que satisfacer con una multitud de regalos? ¿En ejecutores enanos de un imperativo de servicio doméstico que continúa más vivo y coleando que nunca?
A tantas preguntas agrego una última.
¿No habíamos concluido que ya estaba passé el feminismo, que podíamos olvidarnos de sus lemas porque habíamos vencido en la lucha y podíamos dedicarnos a disfrutar lo conseguido?
Craso error, señoras y señoritas.
Presten atención: a cada logro feminista ha seguido un retroceso, a cada golpe femenino un contragolpe social destinado a domar los impulsos centrífugos de la liberación.
El viejo ideal del deber-ser-de-la-mujer no se bate fácilmente en retirada, solapadamente regresa o vuelve a reproducirse tomando nuevas formas: su encarnación contemporánea agita los pies entre pañales y chilla sin descanso junto a nosotras”.
Del libro Contra los hijos, de Lina Meruane.