Entrevista Ainize Salaberri: “El traductor debe adaptar, jugar, respetar, pero creo que no debe reescribir”

La traductora Ainize Salaberri

“No sé qué libro fue el que hizo que cayese en el abismo de la literatura. Quizás fue Orwell y su 1984 o quizás Kafka y su La metamorphosis. Lo que sí que sé es que fue un viaje de ida sin posibilidad de vuelta”. Así se define Ainize Salaberri (Bilbao, 1985), licenciada en Filología Inglesa y traductora de dos novelas impactantes: Buscando Mercy Street, de Linda Gray Sexton, y El descenso, de Anna Kavan, ambos publicados en la editorial Navona.

Con ella hablamos de traducción, profesión a la que ella llega gracias a ese ‘yo lectora’, del que no podría prescindir. Fundadora también de la revista literaria Granite & Rainbow, confiesa que “preferiría morirme a no leer, mi vida es la literatura”. En esta semana dedicada a la traducción, desde Lecturafilia os invite a conocer esta voz tan especial y única.

Pregunta (P): ¿Cómo te hiciste traductora?

Creo que esto es como ser escritora o poeta, editora incluso: se nace, no se hace. Más que nada porque nadie en su sano juicio querría dedicarse por gusto a traducir; no te vas a hacer rica y, hasta hace poco, el traductor era una figura más bien invisible. Lo que quiero decir con esto es que siempre ha existido en mí una sed de letras insaciable. Cuando me convertí en lectora, cuando encontré a la profesora que me enseñó a leer y a apreciar la literatura, sentí también la necesidad de aportar mi granito de arena al mundo literario. Llevaba muchos años enamorada del inglés. Decidí estudiar Filología inglesa porque era el camino más natural. No quise hacer Traducción e Interpretación porque esta última no me llamaba nada. A mí me gusta lo escrito, el papel y el lápiz, el silencio de un texto que, en realidad, grita. Y una vez en la carrera supe que lo mío no era ni la enseñanza, ni el mundo académico. Lo mío era traducir. Y la traducción, curiosamente, era lo que precisamente nadie te recomendaba. Sé profesora, hazte un máster, asegúrate el futuro. No. Y sabía que no lo tendría fácil. Por eso creé la revista, Granite & Rainbow, para meterme en el mundo literario, para darme a conocer. No puedes pretender llegar y besar el santo. De hecho, ni aunque te conozcan puedes dar por hecho que te van a hacer caso o que van a escuchar tus propuestas. Tienes que formarte leyendo, tienes que meter la patita poco a poco. Y tienes que tener sangre, ser muy viva. Leer e investigar, sin parar. Buscar. Y así llegó Buscando Mercy Street, las memorias que moví por varias editoriales antes de que Pere Sureda, de Navona, se lanzase al vacío con él. Y muy poco después llegó Las aventuras agrícolas de un cockney, dos relatos inéditos de una niña llamada Virginia Stephen. Mi «yo traductora» explotó gracias a mi «yo lectora».

(P): ¿Se puede vivir de la traducción en España?

Sí o no. Si te soy sincera, tuve que hacer una encuesta en Twitter porque mi primer impulso fue contestar «no». Y era un «no» porque creo que de la traducción literaria, al menos en mi experiencia, es muy difícil vivir. ¿Cuánto tiempo lleva traducir un libro? ¿Y revisarlo? Y ¿cuánto tiempo pasa desde que entregas y facturas hasta que te pagan? Depende mucho de la editorial y de su política. Ahora bien, si compaginas traducción literaria con otro tipo de traducciones, puedes vivir de ella, claro. O si te dedicas a la traducción no literaria, por ejemplo, siempre y cuando tengas una buena base de clientes que te surtan de trabajo y te paguen bien y a tiempo. La traducción literaria es, como el sector editorial, un mundo en sí mismo. Según mi experiencia, al no ser traductora a tiempo completo, es que no, no puedo vivir de ella. Pero conozco a traductoras y traductores que sí, que lo hacen.

«Traducir a Kavan fue una experiencia muy similar a traducir a Linda Gray Sexton: su dolor te invade tanto, se funde tanto en ti, que parece propio y entonces fluye, simplemente. Sentí una conexión inmediata con Anna y eso facilitó mucho las cosas».

(P): Hace unos meses surgía en Twitter la iniciativa #CitaAlTraductor, que tiene como objetivo dar visibilidad a la profesión de traductor/a. ¿Crees que la sociedad es consciente del trabajo que hacéis?

No, aunque creo que eso está cambiando. El traductor, como he dicho antes, es muy invisible. Sólo ha dejado de serlo cuando una traducción nos parece «mala», cuando no termina de encajarnos, cuando no nos suena natural. Entonces, sorpresa, el traductor existe. Pero la figura del traductor ha sido, y sigue siendo en gran medida, invisible. Por ejemplo: ¿Cuándo han empezado las editoriales a poner el nombre de los traductores en la portada? No ha sido hace tanto. Parecía que los libros estaban en castellano como por arte de magia. Yo he colaborado en muchos momentos con esa invisibilidad, de hecho, siendo traductora como soy. En mi revista, por ejemplo, no solía hablar de las traducciones ni ponía el nombre del traductor en la ficha. Prestaba atención al texto y alababa el trabajo del escritor sin ser consciente, o al menos no del todo, de que el trabajo invisible, por bueno, del traductor, merece las mismas alabanzas y el mismo reconocimiento. Dábamos por hecho, creo, que al alabar un libro estábamos también alabando la traducción. Pero no es así. Y eso es lo que hay que erradicar, precisamente. Creo que todos podríamos haber puesto más de nuestra parte. (Y, de paso, deberíamos empezar a reconocer también el inmenso trabajo de los correctores, que han sido invisibilizados de un modo mucho más grotesco, probablemente, e igual de injusto.)

(P): ¿Cómo podemos ayudar desde la sociedad para ayudar en la visibilización de la profesión?

Citar al traductor, siempre, y hablar de las traducciones. Si no notamos la presencia del traductor, es que la traducción (y la corrección, ojo) es buena. Hablemos de ello. Reconozcamos el trabajo. Recordemos quién está detrás. Preguntémosles, démosles un hueco.

«El traductor es prácticamente invisible».

(P): Has traducido algunos libros para Navona Editorial, y acabas de publicar El descenso de Anna Kavan. ¿Qué ha supuesto para ti traducir al español a una de las mujeres más aclamadas por Patti Smith y Doris Lessing, que narra su neurosis? ¿Cómo le pusiste palabras para traducir el dolor al castellano?

El descenso se lo propuse a Sureda porque, aunque ya se habían publicado algunas novelas de Kavan en castellano, Asylum Piece estaba inédito. Y es uno de esos libros, como lo es Buscando Mercy Street, que hacen especial a la literatura. Anna Kavan era totalmente desconocida en este país y, sin embargo, Patti Smith y Doris Lessing la adoraban. Dijeron de ella que era la hermana literaria de Kafka, y no se equivocaban. El universo Kavan es muy especial, por extraño y por bello, muy único; te muestra la oscuridad sin que termine de dibujarla, te muestra su neurosis, sus problemas, te mete en su mente y te guía a medida que se guía a sí misma. Es deliciosa, desde un punto de vista literario, y es demoledora, desde un punto de vista humano. Traducir a Kavan fue una experiencia muy similar a traducir a Linda Gray Sexton: su dolor te invade tanto, se funde tanto en ti, que parece propio y entonces fluye, simplemente. Sentí una conexión inmediata con Anna y eso facilitó mucho las cosas.

(P): ¿Cuánto tiempo se tarda en traducir un libro como este?

El caso de El descenso fue un poco diferente por varias circunstancias que no vienen al caso. Traduje a Anna Kavan en un mes. Un mes absolutamente placentero, es cierto, pero también aterrador. No suele ser lo normal. Buscando Mercy Street, por ejemplo, me llevó casi ocho meses. Lector voraz, de Robert Gottlieb, me llevó seis meses. Todas mis traducciones están hechas con mimo, con tiempo. Tengo la suerte, además, de que no me exigen plazos estrictos porque saben que tengo un trabajo a tiempo completo por cuenta ajena y que saco adelante las traducciones en el resto de horas.

(P): Muchos profesionales de la traducción dicen eso de que “traducir supone reescribir un libro”. ¿Qué opinas de esta percepción? ¿Estás de acuerdo con ella?

Creo que «reescribir» no es el término más adecuado porque puede dar lugar a equívocos. Mira, por ejemplo, el modo en el que Borges tradujo a Virginia Woolf o el modo en el que los traductores han mejorado un libro tremendamente mal escrito en su lengua original. El traductor debe adaptar, jugar, respetar, mil verbos, mil cosas, pero creo que no debe «reescribir». Aunque es uno de los eternos debates, también, porque «reescribir», entiendo, es tomarse ciertas licencias y no hay nadie que limite hasta dónde, de qué modo, por qué. «Reescribir», en cuanto a traducción, sería lo que harían aquellos escritores que se autotraducen y que, por lo tanto, no ponen distancia alguna entre su textos y ellos mismos. El traductor tiene la capacidad, y la obligación, de distanciarse del texto en ese sentido y acercarse a él sin involucrar sentimientos ajenos al acto de traducir. Por eso creo que es un verbo engañoso. Diría, en todo caso, que traducir es escribir. Y, aun así, me parece arriesgadísimo.

«¿Cómo podría vivir sin leer? Nadie en su sano juicio debería vivir sin leer».

(P): ¿Alguna vez te han ofrecido traducir alguna obra que no quisieras?

Digamos, mejor, que hay libros que me han ofrecido que yo no hubiese elegido. Es como cualquier otro trabajo. Hay cosas que te apetecen más y hay cosas que te apetecen menos. Y las haces o no, claro. Y luego, además, está también la honestidad profesional: cuando te ofrecen un libro que se escapa a tus posibilidades, bien sea por tiempo, por magnitud, por dificultad, o por todo a la vez.

(P): Los que te seguimos por las redes sociales, sabemos de tu fascinación por la literatura. ¿A qué escritores/as admiras? ¿Y algún traductor/a que te sirva de ejemplo en tu día a día?

Admiro a Virginia Woolf, a Anne Sexton, a Alejandra Pizarnik, a Idea Viñariño, a Jeanette Winterson, a Clarice Lispector, a Unica Zürn, a Osamu Dazai, a Akutagawa Ryunosuke. Podría seguir, pero esas son mis obsesiones principales. Los escritores dañados, los oscuros, las luces que tanto cuesta mirar. Y traductores que me sirvan de ejemplo… Muchos: Raquel Vicedo, Pilar Adón, Teresa Lanero, Regina López Muñoz, Jaime Zulaika…

(P): Trabajaste durante años en diversos puestos relacionados con el sector editorial. ¿Qué opinas de la salud de este?

Recuerdo el tremendismo que existió hace unos años, sobre todo después de una Feria del Libro de Madrid; la mayoría de los editores independientes estaban bastante alicaídos, las ventas habían bajado, y ser visible en librerías, por ejemplo, era muy complicado. El pez grande siempre se comía al pez de pequeño. Y ya no sólo eso, sino que, encima, se publican al día tantísimos libros que hay una saturación bestial y ni las librerías ni los lectores damos abasto. Pero creo, respecto al primer punto, que han cambiado las tornas. El poderoso sigue siendo poderoso, y siempre lo será porque tiene más recursos, pero el pequeño está afilando los dientes y no se va a dejar devorar. Y creo que el sector editorial está en un momento de lucha constante, agotador, pero muy satisfactorio también. Están naciendo editoriales deliciosas, exquisitas, que saben lo que se hacen y están dando en el clavo. Creo que los buenos lectores saben dónde comprar, saben dónde ir, saben lo que tienen que hacer para visibilizar lo que consideran que merece la pena. Y creo que aunque es un momento difícil (¿acaso el sector editorial lo ha tenido fácil en algún momento en este país?) la salud del sector se mantiene estable.

«A mí me gusta lo escrito, el papel y el lápiz, el silencio de un texto que, en realidad, grita».

(P): Además de tu labor como traductora, hace diez años creaste una revista llamada Granite & Rainbow que hace poco anunciaste que traería alguna novedad. ¿Nos puedes adelantar algo?

Habrá, posiblemente, un número en papel, y reunión granitera en Madrid. Algo de merchandising, quizá… Y hasta ahí puedo leer.

(P): Leo en tu página web que “a veces quien me hizo amar la literatura me arruinó la vida”. ¿Podrías vivir sin leer?

Preferiría morirme a no leer. Mi vida es la literatura. He conseguido que lo que tan feliz me hacía, en la soledad de mi habitación, en mis mundos privados, lo que me ha obsesionado durante tantos años, se haya convertido también un modo de vida. ¿Cómo podría vivir sin leer? Nadie en su sano juicio debería vivir sin leer.

(P): ¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?

Ahora mismo estoy con una nueva traducción para Navona y, cuando la termine, me espera otro libro de Anna Kavan. Y hay propuestas, ideas, muchos «quizá». Y la búsqueda, eterna e incansable, siempre.

Escrito por

Graduada en periodismo y enamorada de la lectura y la cultura. Porque leer nos hace mejores personas.

2 comentarios sobre “Entrevista Ainize Salaberri: “El traductor debe adaptar, jugar, respetar, pero creo que no debe reescribir”

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