
He quedado impactada cuando leí Peregrinos del amianto de Rober Amado, me ha dado la impresión de estar delante de un Roberto Saviano, o de un Ryszard Kapuscinski a pequeña escala, ya que este ferrolano investigó el tema de las víctimas de los astilleros de Ferrol, problema que no es pequeño. Rober Amado es un fotoperiodista ferrolano nacido en 1985 , licenciado en Sociología y con un Máster en Cooperación Internacional y Máster el Reporterismo. Fotógrafo y redactor multidisciplinar, ha colaborado con diversos medios nacionales, y sus fotos y sus textos han aparecido en El País, La Voz de Galicia o Periodismohumano.com. Desde el 2007 colabora activamente con instituciones y organizaciones no gubernamentales, tanto en el sector comunicativo como en la asistencia social.
Ha sido alumno de grandes fotógrafos y periodistas como Gervasio Sánchez, Alfons Rodríguez, Alberto Arce, Tino Soriano, Fernando Moleres, Emilio Morenatti, Sandra Balcells, Mireia Bordonada, David Airob, Irina Rozovsky o Carlos Spottorno.
Si creéis en el buen periodismo, os invito a leer esta entrevista, y su libro Peregrinos del amianto.
Pregunta (P): ¿Cómo llegó el drama del amianto a tu vida? ¿Fue una casualidad o conocías algún caso de primera mano?
Empecé con este tema por pura necesidad. Como freelance, la búsqueda de temas está a la orden del día. No obstante, la sorpresa fue encontrarme, al poco de comenzar a investigar, personas cercanas que tenían algún familiar afectado, algún amigo. Concretamente un buen amigo mío perdió a su padre con menos de sesenta años de un cáncer de pulmón, y nunca había fumado. Esa historia es una de tantas, que indudablemente me motivaron para continuar en este tema.
(P): ¿Cómo sienta saber que tu lugar de nacimiento está repleto de personas que vieron en los astilleros una forma de sobrevivir, y finalmente un problema en sus vidas?
Mal. Primero porque reconozco la amplia ignorancia sobre el amianto cuando comencé. Y segundo porque, aun sabiendo la extensión y complejidad del drama de tantas personas, me da la sensación de que todo sigue igual y que, por más que insisto, parece que todo es una ficción y que nada ha ocurrido. Es como estar metido de lleno en un gran secreto a voces, y que por mucho que grites, nadie te va a hacer caso.
(P): ¿Qué has aprendido de todos ellos?
Como profesional de la comunicación me han enseñado mi cara más incisiva. Pensé que no podría hacer determinado tipo de preguntas, sobre todo aquellas relacionadas con la muerte o el sufrimiento, pero cuando una persona te quiere contar su historia, dejas de lado tus propios prejuicios y te lanzas a lo que sea. Como persona, bueno, aprendes que, pase lo que pase, y aunque la batalla esté perdida desde el comienzo, uno tiene y debe de seguir adelante.
(P): En tu libro Peregrinos del amianto se trasluce una cuidada interpretación de los hechos, una búsqueda de causas y consecuencias, y un continuo diálogo con las víctimas. ¿Eres de los que piensas que el único periodismo posible es el humano?
Técnicamente el periodismo es humano por definición. Y es también reivindicativo y social por definición. Si le aplicamos etiquetas obvias a nuestra profesión estamos indicando que el periodismo hoy en día no está cumpliendo con sus objetivos. Si consideras que he cumplido con lo que un periodista tiene que hacer, entonces me sentiré halagado.
(P): Muchas personas que practican un periodismo de interés social con problemáticas tan delicadas como es el amianto han sufrido efectos en sus vidas personales. En tu caso, ¿cómo influyó el tratamiento de este tema en tu vida?
Quema por dentro y por fuera. Dado que los protagonistas son ellos, la mierda que te comes te la llevas a casa y tratas de convivir con ella. Pero tarde o temprano esa burbuja explota. En mi caso, mucho tiempo después de haber publicado el libro, en el entierro de uno de los hombres entrevistados, después de sacar un par de fotos y darle el pésame a los familiares, me puse a llorar como un niño. Me sorprendí a mí mismo viéndome en esa situación, quizá por haber acumulado tantas horas de testimonios en los que la única nota dominante era el dolor y la rabia. Es difícil separarte emocionalmente de esos sentimientos, y tarde o temprano pagas la factura.
(P): ¿Cuánto tiempo te llevó documentarte y redactar todo este reportaje?
Dos años desde que empecé formalmente a entrevistar. Unos meses después había ido a hacer unas cuantas visitas a la asociación para darme a conocer. Y al año y medio, comencé a escribir el manuscrito. Pero la dimensión de la historia era tan grande, que tuve que seguir re entrevistando a la gente conforme escribía.
(P): ¿Qué queda ahora después de la publicación de este libro? ¿Sigues investigando sobre el tema o consideras que ya no te queda más que hacer?
Sigo investigando. Quedaron detalles sin resolver que me gustaría darles algo más de tiempo para ver si llegan a alguna parte. Por otro lado, son tantas las historias que hay detrás de los números que uno nunca deja de preocuparse por acercarse y contarlas. Hace poco una mujer me escribió que acababan de diagnosticarle un cáncer de pulmón a su padre, que tiene 66 años. Yo no puedo mirar para otro lado y decirle a esa mujer que ya no me dedico a esto. Así que hablaré con ella y contaré su historia. Quizá de otro modo, con otro lenguaje, pero la contaré.

(P): ¿Podrías comentar la frase que más te haya impactado de todas las que te hayan dicho durante esta investigación?
“Hola, me llamo Fulano de Tal, y he venido para arreglar lo mío”. Me la contó Verónica Teijeiro tantas veces que llegué a no creérmela. Pensé que era una exageración. Hasta que lo vi con mis propios ojos. Un hombre fornido y corpulento, atravesaba la sala con pasos pesados. Dijo que se llamaba Mengano, y quería arreglar lo suyo, que iba para morirse, y quería saber qué le podía quedar a su mujer. No sé, no sabría qué decirte. Sobran las palabras cuando te encuentras algo así. Imagínate si lo ves durante decenas de veces a lo largo de un año. Imagínatelo hacerlo todos los días, como si fuera la rutina de tu trabajo.
(P): ¿Puede existir el periodismo objetivo cuando lo que está en juego son tantas personas que no han sido entendidas?
El periodismo objetivo no existe y quien lo defienda o es que no se ha enterado de qué va esto o es abiertamente gilipollas. Pero es volver a lo que me preguntabas antes. Cuando le ponemos etiquetas a nuestra profesión es que algo estamos haciendo mal. Supongo que la prensa lleva tanto tiempo acercándose a límites peligrosos que se ha acostumbrado a ello. Es por eso que, el público, o ya no nos hace caso o no nos cree.
(P): Has publicado este libro mediante una campaña de crowdfunding en libros.com. ¿Recomiendas la experiencia a otros escritor@s o periodistas?
Se lo recomiendo a todas aquellas personas que tienen un proyecto pero, o no tienen fondos para apoyarlo, o no tienen nombre. Sé que lo del nombre suena extraño, pero o te haces un currículum a base de trabajo y honestidad, o nadie te hará ni puto caso. Dado que la mayoría de nosotros quedamos en un plano intermedio, aun con un nombre, poco alcanzas para que una gran editorial te apoye. Por eso este tipo de iniciativas vienen muy bien para sacarlo adelante.
(P): ¿Ha ayudado tu investigación en la visibilización de las víctimas del amianto?
Espero que sí. Por lo menos ha salido mucho en medios de comunicación, tanto en televisión, radio y prensa escrita. Espero que esto siga adelante, y que otros periodistas se sumen a contar esta historia, solo así saldrá al debate público y conseguir algún tipo de cambio.
(P): A raíz de la problemática del amianto, ¿te han surgido otros temas de interés social sobre los que estés trabajando o vayas a hacerlo próximamente?
Trabajo en otros temas, alguno gracias a contactos que salen de esta historia, sí, pero que no tienen relación directa con ellos. Aunque preferiría no decirlos. No quiero tenerlos precavidos cuando llegue, jeje.
(P): En vista de que Peregrinos del amianto es una obra de valorización del periodismo comprometido e interpretativo, ¿cuáles son tus referentes en esta profesión?
Mis referentes son todos aquellos que entienden que las historias tienen más de un soporte, y que no todo tiene que estar impreso en hojas de un periódico. Desde el Hiroshima de John Hersey, los relatos sobre mafiosos y artistas de Gay Talese, el Operación Masacre, un relato de desaparecidos en la dictadura argentina de Rodolfo Walsh, Las Uvas de la Ira de John Steinbeck, los Despachos de Guerra de Michael Herr, o la Canción del Vergudo de Norman Mailer, la genial y desastrosa manera de escribir de Tom Wolfe, las historias de la primavera de Praga de Miguel Delibes o el desgarrador duelo de Joan Didion hasta los actuales Alberto Arce y sus historias de muertos, Leila Guerriero y todo lo que hace, Plàcid García-Planas y su literatura de la guerra, los Soldados de Salamina de Javier Cercas, la mafia de Roberto Saviano o Nacho Carretero, que ha sacado Fariña y me está dejando de piedra.
(P): ¿El periodismo puede cambiar el mundo o partes de este?
No creo que el periodismo cambie nada, pero sí que ayude a hacerlo. Quiero pensar que somos como aquello que decía Susan Sontag sobre las fotografías, una piedra que lanzas sobre un estanque en calma. Provoca ondas, provoca alguna reacción. Reacción que debe ser llevaba a cabo por una sociedad organizada. Si con nuestro trabajo conseguimos eso, entonces habremos cumplido nuestro papel.