«Todo lo que es hermoso tiene un instante, y pasa», así decía el poeta Luis Cernuda, cita con la que comienza la novela inacabada que nos dejo la gran Matute antes de morir.
De pequeños vivimos todo lo nuevo, lo cual nos limitamos a repetir una vez crecemos. Esta máxima aparece en el libro Paraíso inhabitado (2008) de Ana María Matute, esa mujer a la que el mundo de los gigantes siempre le vino demasiado grande en comparación con el de los enanos, en el que su literatura vivió, vive y vivirá eternamente.
Sobra decir que esta autora cosechó todas las sensaciones de la infancia y la primera adolescencia para crear unas historias que siempre tienen como trasfondo la Guerra Civil o esos tiempos, pero sin nombrarlos abiertamente. Ella nos hace cómplices de los sentimientos de descubrimiento que vamos experimentando desde la más tierna infancia. Temas como la soledad, la falta de comunicación, la nostalgia y el sufrimiento son recurrentes, en combinación con personajes a menudo femeninos que hacen pensar en los recuerdos de la niña Matute. Paraíso inhabitado tiene como protagonista a Adri, una niña que nace a destiempo y a la que el contexto familiar y social no favorece a pesar de pertenecer a una buena familia. Su único consuelo será la amistad con Gavrila y la creación de un universo particular, donde los espacios cerrados y abandonados logran un ambiente evasivo. En cuanto a Demonios familiares, la novela que la autora dejó inacabada debido a su muerte acaecida el pasado 25 de junio, también tiene a Eva como protagonista femenina y un desván como la garantía de que nunca se está solo.
Son las dos últimas historias que esta gran narradora nos deja, y aunque diferentes, parece una la continuación de la otra, y no olvidan los temas recurrentes que hicieron de Matute una autora inimitable que fue capaz de anteponer la amistad, el amor y la inocencia a las obligaciones que la Guerra imponía y a la propia familia. Sus personajes parecen nacer en ambientes que no les favorecen, pero siempre buscan la amistad que nace de los sentimientos más pueriles. A menudo nos olvidamos de esos tiempos, pero yo sigo creyendo, y ahora reafirmándolo, que los primeros años de vida son los mejores. La ganadora del Cervantes, entre otros muchos reconocimientos, no dejó nunca de escribir, ni tampoco de creer que la infancia es el mejor caldo para crear y revivir las más tiernas historias. El mundo aparentemente infantil siempre le sirvió para significar mucho del ser humano.
Estas últimas semanas leí varios libros, pero en el medio tuve la tentación de regresar a Matute, y por eso los interrumpí para adentrarme en Paraíso inhabitado y Demonios familiares. Ambos me siguieron aportando sosiego y calma a la vez que continúan rondándome por la cabeza como recuerdos de la infancia propios. Que Demonios familiares sea una historia inacabada no deja de alentar al lector a continuar ideándola en su cabeza. Aunque, por otra parte, es triste que ya nunca sea Matute quién nos resuelva la incógnita.
«Me acordé de la pareja de halcones que a veces venían a la ventana del desván. Llegaban, se pasaban y emprendían el vuelo, como el tiempo»: de Demonios familiares, Ana María Matute.