Frase repetida hasta la saciedad por nuestros mayores. Es sólo en las grandes pobrezas que se consigue la felicidad, ya que uno se conforma con lo realmente importante, dejando a un lado el consumismo acuciante de nuestros días para centrarse en vivir el calor humano. Hemingway también lo decía.
Tras la Primera Guerra Mundial, París acogió a muchos intelectuales de la época y Hemingway construyó en París era una fiesta(1964) los años de 1921 a 1926 de una manera social, dónde los encuentros con el “otro” son el punto culminante de este libro, una mezcla de realidad y ficción, y dónde las descripciones nos hacen ver ese escenario real, idílico que fue el París posbélico. Retazos de una felicidad en la ciudad de los enamorados.
Ya en su prefacio, el autor nos alerta de la narración de unos hechos, pero que podrían haber sido otros, muchos de los cuáles quedan en sus recuerdos, en el baúl de su conciencia, y en un transporte hacia la tumba.
París era una fiesta es el relato de una etapa de Hemingway, la compartida con su primera esposa, Elisabeth Hadley Richardson, en un París dónde el hambre no impedía que se pudiese ser feliz. lo poco generaba esa satisfacción, una alegría que los ricos desconocen. En varios momentos, Hemingway reflexiona en torno al concepto del hambre. Las ansias por comer generaban una especie de inspiración similar a la que el poeta encuentra en su musa ideal (“El hambre es una buena disciplina”).
Es un libro que cuenta encuentros, los que marcaron al escritor norteamericano. El amor por la lectura y las visitas continuadas a la librería de Sylvia Beach, el disfrute de una primavera en los cafés parisinos, Hemingway nos describe los caminos por esas calles hasta llegar a su bar favorito: La Closerie des Lilas.
La Closerie des Llilas hacia 1909 (Wikipedia)
En breves capítulos asistimos a episodios de esa primera etapa de Hemingway en la que conoció a Scott Fitzgerald, Gertrude Stein,James Joyce o Ezra Pound (entre los que más le marcaron), además de otros intelectuales y supervivientes, soñadores que ahorraban en el vestir para comprar cuadros (o libros). Nos encontramos también con un Hemingway preocupado por el futuro de su talento. Habría decidido abandonar el periodismo, y ponerse a escribir cuentos en el que no fue su mejor momento para triunfar. Él, que siempre se reconoció por su cita de que el periodismo es bueno si lo abandonas a tiempo, se sentía un pelín fracasado (“No he ganado ningún dinero desde que dejé el periodismo”). Aunque no por ello enflaquecido.
“En aquellos días, de todos modos, al fin volvía siempre la primavera, pero era aterrador que por poco os fallaba”.
Ernest Hemingway
Lo que vemos en París era una fiesta es a unas personas humanas, con unos consolidados intereses culturales que sueñan, sueñan porque eso es lo único que siempre fue gratis. Y eso no nos lo arrebatarán.
Tras lo vivido, que no fue poco, Hemingway siente a finales de la década de los cincuenta ese irrefrenable deseo de volver a esa corta etapa en París, como un giro a su memoria y una forma de ir cerrando las puertas a la existencia. Esa misma necesidad que sentimos todas las personas de querer regresar a un pasado dónde fuimos jóvenes y felices, con toda la vida a nuestros pies y no a nuestras espaldas.
París fue (casi) la primera casa de un Hemingway soñador, aunque hubiese nacido en Illinois y muerto en Ketchum. Fue ese lugar que le permitió cumplir sus anhelos, su felicidad en los duros tiempos.
“Aquello fue el final de la primera parte de París. París no volvería nunca a ser igual, aunque seguía siendo París, y uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad (…) París no se acababa nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos dónde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”: Ernest Hemingway