“Creo que el niño puede leer libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que todos sabemos”. Con esta cita, Juan Ramón Jiménez comienza su considerada obra magna, Platero y yo (1914) y el tiempo se encargaría de valorar que no siempre los niños pueden leer de todo. Recuerdo El principito (1946), de Antoine de Saint Éxupery, el mejor ejemplo de libro filosófico. Aunque son dos obras que se recomienda para la infancia-juventud, lo cierto es que la filosofía que se esconde tras palabras aparentemente inocentes no se descubre hasta cuando tienes una cierta experiencia vital, y aún así habrá detalles inescrutables que se te escapen.
Confieso que a pesar de leer muchos fragmentos de Platero y yo en clases de la ESO y bachillerato nunca me había entrado demasiada curiosidad por conocer más la historia. Supongo que esa es la experiencia que tenemos con todos los considerados cuando aún estamos en la más tierna adolescencia. Hablo por mí, claro está, porque conozco también el caso contrario.

Este año se celebra el centenario del libro del escritor de Moguer (Huelva), el Año Platero, y es precisamente en ese pueblecito dónde Juan Ramón Jiménez vuelve para recordar la infancia, la cual una vez más es vista con ternura, con una nostalgia por el tiempo pasado impresionante. Cada detalle del ambiente, una flor, un árbol, el cielo, las estaciones y su correr, son una excusa perfecta para rememorar lo vivido. Moguer es para el autor onubense una curación, una forma de desconexión de la vida y sus principales problemáticas. La obra es una reflexión sobre la naturaleza con una capacidad curativa en las almas humanas. Al mismo tiempo, es una oda a la sencillez estilística aunque bien es cierto que Platero es una metáfora de la vida. Es la semblanza de la soledad aunque es el mejor compañero del poeta. Muchos estudiosos han destacado la introspección del autor de Platero, el cual tenía un afán de anotar en cada momento la reacción emocional de su espíritu ante la belleza contemplada. Él mismo decía a lo largo de su enfermedad depresiva que “para mí no existe más que la belleza”, y esta belleza se expresaba en la poesía.
La construcción del relato es en forma de pequeños relatos de escenas cotidianas, en los cuales se alternan las apelaciones a Platero con los pensamientos en primera persona del autor, mientras va esbozando la vida social de su pueblo que, excepto algunos cambios, permanece inalterable en lo esencial. Por otra parte, aunque el pueblo es de una belleza propia del rural, lo cierto es que el relato también escribe sobre las injusticias sociales y el analfabetismo de las personas ante ciertas enfermedades. Es tópico, pero una de las más entrañables es cuando Juan Ramón Jiménez destaca la humanidad del burro, que no es un burro cualquiera:
“Claro está, Platero, que tú no eres un burro en el sentido vulgar de la palabra, ni con arreglo a la definición del Diccionario de la Academia Española. Lo eres sí, como yo lo sé y lo entiendo. Tú tienes tu idioma y no el mío, como no tengo yo el de la rosa ni ésta el del ruiseñor. Así, no temas que vaya yo nunca, como has podido pensar entre mis libros, a hacerte héroe charlatán de una fabulilla, trenzando tu expresión sonora con la de la zorra o el jilguero, para luego deducir, en letra cursiva, la moral fría y vana del apólogo. No, Platero…”
Pero lo que me hace identificarme con la voz del poeta de Moguer es su amor hacia la etapa infantil: “¡Qué encanto este de las imaginaciones de la niñez, Platero, que yo no sé si tienes o has tenido!”. A través de estos versos se puede volver a soñar con eses tiempos. Si cuando eres pequeño quieres ser un adulto, al llegar esa época quieres volar en el tiempo hacia atrás. El tiempo sólo se puede recuperar en los libros que nos hacen soñar. Basten los tópicos, Platero y yo es uno de estos libros. Soñemos que es gratis.
En cuanto al significado global que puede tener la obra, en mi manera de entenderlo es como un cante positivo a todas aquellas personas que calan hondo a lo largo de nuestras vidas pero que, por diversas circunstancias, son condenadas a desaparecer dejándonos solamente los recuerdos, el mejor arma para recordar la existencia de un pasado.
“Tú, Platero, estás sólo en el pasado. Pero, ¿qué más te da el pasado a ti, que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?”.
Así termina esta obra, cuyo final es tan sutil como el comienzo, ampliamente conocido por todos los que hemos estudiado literatura en nuestros tiempos mozos. El final expresa que Platero vivirá en la mente del poeta de por vida y ¿por qué no decirlo?, también en la nuestra, en sus lectores. Las descripciones de Moguer son de un virtuosismo inigualable. Leí amplios cantes a lugares encantadores, pero ninguno me había llegado tanto como este.
En este centenario invito a todos aquellos lectores a leer a Platero, a saborearlo en pequeñas dosis que es como debe ser disfrutado. Nunca estamos solos si hay un libro que nos acompaña. En esta obra se da el metatexto, es decir las sensaciones que un lector puede experimentar al leer una obra encandilante y más si es en consonancia con la naturaleza. Juan Ramón se va siempre con Platero y lee a la sombra de un árbol. Que cada uno imagine su propio paraíso.