Leía no hace mucho que Haruki Murakami es el escritor, junto a J.D. Salinger y su El guardían entre el centeno, de los introvertidos. Yo diría más bien que es el autor de los inconformistas, de los soñadores, de los que buscan en el pasado un porqué del presente y un significado en el futuro. El ser humano tiende a buscar fuera de él aquellas explicaciones a lo que no entienden. Y para quién las busque en los libros, el autor japonés le da más que una oportunidad.
Entre las dos últimas semanas terminé dos de sus libros: Kafka en la orilla (2006) y Al sur de la frontera, al oeste del sol (2003). Libros del mismo autor pero tan distantes entre sí. Si bien es cierto que el pasado, la nostalgia, la soledad son temas que vuelven a distinguir a Murakami, son dos historias muy diferentes. Kafka en la orilla se sumerge más en los universos de la ficción, de la magia, con gatos que hablan, y una continua mezcla con el mito de Edipo Rey: uno de los protagonistas, Kafka Tamura, tiene una profecía idéntica a la del griego: va a matar a su padre y se va a acostar con su madre y hermana. Por otra parte, está Nakata, un señor mayor atormentado por no saber leer y por la pérdida de memoria a raíz de una experiencia en la infancia. Esta última historia es más que triste. El lector conocerá los sentimientos de una persona que desearía “nos ser tonto”, que ama las bibliotecas pero que no sabe más que hablar con los gatos. Es más bien una novela caracterizada por lo que oculta más que por lo que dice explícitamente. Ahí está la magia, he llegado al final dándole vueltas al significado de esta novela. Es de las más surrealistas que he leído de Murakami, y de las que más destaca la experiencia de leer como un acto de los más placenteros. Y también están los pros y contras de una sociedad que se hunde a sí misma.
Por otro lado, está Al sur de la frontera, al oeste del sol, una novela con muchísimos símiles con Tokio Blues. Hajime, el protagonista y narrador, queda marcado de por vida a raíz de su infancia en compañía de Shimamoto, una niña que cojea y con la que comparte discos de música clásica (una vez más, los personajes parecen melómanos). Los dos personajes son hijos únicos, lo que parece una afinidad que los une y que los hace entenderse a la perfección. La soledad sólo se salda con personas afines. Y este pasado actúa como catalizador de hechos futuros. Por mucho que Hajime intente darle un sentido a su vida, siempre estará el peso de esa amistad en la infancia. Cuando se reencuentra con ella, todo su presente se ve trastocado, hasta el punto de que llega a dudar de si abandonar a su mujer para amar sin límites a Shimamoto. Aunque lo que al final subyace en esta novela es la idea de que lo que está hecho no va a poder cambiarse. Shimamoto tiene secretos que no puede compartir.
“En este mundo hay cosas que son recuperables y otras que no. Y el paso del tiempo es algo definitivo. Una vez has llegado hasta aquí, ya no puedes retroceder”.
Al sur de la frontera, al oeste del sol, si bien es considerada por muchos como una obra menor, sí te ofrece caminos para soñar, aunque sepas que al final siempre acaba por trastocarse esa magia en beneficio de “lo correcto”.
La soledad, el paso del tiempo y si indiferencia, la literatura para soñar y reflexionar, la existencia humana y su sentido, el miedo, la música y todas las artes como analgésicos del sufrimiento, y el estilo tan estético hacen que se vea a Murakami como ese escritor que te cambia la vida. Porque creo nadie vuelve a ser el mismo tras pasar la vista por sus líneas, por cada palabra dónde se respira el ambiente de personas que viven en un Japón tan diferente de nuestro Occidente, pero al mismo tan pegado en lo vital, en lo principal de la vida.
Yo, que soy una coleccionadora de citas, he llegado al límite con Murakami. Comparto unas pocas de las que más me han marcado de estos dos libros:
Al sur de la frontera, al oeste del sol:
“Todo desaparece un día u otro. Este local, sin ir más lejos, no sé cuánto tiempo durará. A poco que cambien los gustos de la gente, a la mínima fluctuación económica, todo se irá al garete. Lo he visto muchas veces. Es algo muy simple. Todo lo que tiene forma desaparece antes o después. Sin embargo, hay un tipo de sentimientos que permanecen para siempre”.
“Entonces no lo sabía. No sabía que era capaz de herir a alguien tan hondamente que jamás se repusiera. A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir”.
Kafka en la orilla:
“A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar”.
«Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Eso es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca…»
“Temes a la imaginación. Y a los sueños más aún. Temes a la responsabilidad que puede derivarse de ellos. Pero no puedes evitar dormir. Y si duermes, sueñas. Cuando estás despierto, puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos”.
Hay tantas, que me pierdo entre palabras… entre esas palabras que te hacen mirar por la ventana y sentir deseos de volar, volar alto, más alto que los pájaros y visionar la vida desde ese otro prisma. Y amar un poco más, si puedo, el Japón de Murakami.
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