“La voz dormida al lado de la boca. La voz que no quiso contar que todos habían muerto”.
“Quizá el tiempo se mida en palabras. En las palabras que se dicen. Y en las que no se dicen”.
Decía Rosa Montero que no existe razón para repetir la lectura de los mismos libros, cuando hay otros tantos y tantos que leer. Esa sensación la comparto. Sólo esta semana se ha roto. Se ha roto a raíz de la lectura de La voz dormida de Dulce Chacón. Añoro leer esas bonitas frases que describen algo tan simple con una belleza difícil de explicar para alguien que no ha leído el libro.
El valor de muchas mujeres, silenciadas con el tiempo, que pasaron por la historia sin hacer apenas ruido, sin demostrar su sufrimiento ni su osadía. El valor de tantas mujeres que como las Trece Rosas fueron condenadas sólo por el mero hecho de blandir las armas o sus ideas por una causa que quizás ya estaba condenada a ser pisada de antemano.
He visto bastantes películas y leído varios libros que redactan los episodios de la Guerra Civil y de la posguerra española. Pocos son capaces de explicar el silencio y la valentía del género femenino en esta situación.
Consigo identificarme con una de las mujeres de esta, para mí, obra maestra: Hortensia. Esa mujer que no sabía que iba a morir, pero que murió. Y murió sin renunciar en ningún momento a sus ideales. Hortensia, a la que no le gustaba su nombre y por eso siempre la llamaban Tensi. Como a mí me ocurre. Porque con esta casualidad, también podría haberse dado la circunstancia de que fuese yo la que estuviese en esa prisión femenina.
Las cuatro protagonistas vienen a ser las tantas mujeres que pasaron por ese tiempo no siendo más nada que un nombre en un fichero. Pero Dulce Chacón ve amor en cada una de ellas. Elvira, la niñita que disfruta cuando Reme, la murciana, le hace sus trenzas en su bonito pelo rojizo. Tomasa, la de piel cetrina que se niega a subyugarse en la cárcel a las órdenes de sus “superiores”. Y Hortensia, la miliciana luchadora que morirá después de dar a luz a su niña, a la que su hermana Pepita llamará Tensi.
Y alrededor de esas mujeres, toda la vida sigue, son la suerte de cada quién: para unos bien, para otros con el miedo pegado a los huesos. Porque, muchos se pasaron al bando nacional, pero bastantes decidieron permanecer en la lucha, intentando recuperar su sueño republicano. Y eso lo decidió todo.
Es una historia triste, muy triste, tan triste que te deja una sensación de frío en la piel. Pero dentro de esa tristeza está la generosidad humana, el apoyo, el amor y todos eses sentimientos que nos hacen ser humanos. Paulino, alias “El Chaqueta Negra” que amará siempre a Pepita, hasta que puedan casarse a su salida de la cárcel. Felipe, “El Cordobés”, que enviará cartas a Hortensia y que no quiere darle un beso en el monte porque “no es lugar para mujeres” pero que la verá por última vez antes de que ésta muera y no olvidará su amor. Pepita, la hermana de Tensi, que no quiere sufrir más a causa del Partido, que tantas muertes le causó. Doña Celia, que ayuda a Pepita y encuentra en ella una hija tras la pérdida de la suya a mano de los falangistas. Don Fernando, que se convierte en contable al abandonar la medicina por el excesivo dolor que le causaban los muertos. Doña Amparo, enclaustrada en la torre de homenaje y negándose a realizar su vida debido al odio que le causaron los republicanos al matarle a sus dos hermanos en Paracuellos. Son éstas historias humanas en un tiempo que pareció inhumano.
Es una historia que nos recuerda que “resistir es vencer”, y vencer para contar la historia. Y en eso Dulce Chacón hizo un trabajo exhaustivo al basarse en testimonios reales para ficcionarlos. Aunque no es para nada ficción. Porque “el peor dolor es no poder compartir el dolor” y por eso muchas mujeres y hombres quisieron compartirlo.
“Quieres llorar. Y es tiempo de sequía. Quieres llorar. Y son tus ojos girasoles marchitos” Martín Romero Moreno.
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