Es autor de uno de los libros del año, en el que recupera una historia personal y desgarradora de hace veinte años: su mejor amigo asesina a su hermana y después se quita la vida saltando por un barranco en la Nochebuena de 1995 . Miguel Ángel Hernández es consciente de que la escritura es el inicio, pero nunca un fin en sí misma, y esta solamente adquiere sentido con las lecturas de los demás. El dolor de los demás es su tercera novela y de la que él se siente más orgulloso, aunque le costara sudor y lágrimas abordarla. A caballo entre la novela policiaca, la crónica, la autobiografía y con tintes de la escritura de formación, con ella, el autor murciano se convierte en uno de los autores del año, aclamado por muchos lectores y lectoras que han sentido la historia en la propia piel.
Pregunta (P): El dolor de los demás es tu novela más autobiográfica, ¿conseguiste resarcir el dolor?
Es totalmente autobiográfica, sí. Pero no la escribí porque quisiera escapar del dolor, sino porque sentí que tenía que hacerlo, que la historia tenía que ser contada. Después de la escritura, todo seguía en carne viva, pero es cierto que, tiempo después, sobre todo tras los mensajes de los lectores y los encuentros con quienes han leído el libro, todo adquiere mucho más sentido. Escribir en sí mismo no cura nada –si eso, te hace aclararte algunas cosas–, lo que sí cura, o sirve de bálsamo, es la lectura de los demás. Escribir inicia una conversación que no tiene sentido si no es recibida y traída de vuelta. Es el inicio, pero nunca un fin en sí mismo.
(P): ¿Por qué decidiste contar una historia mezclando varios géneros?
Supongo que fue la única manera que encontré de dar forma a algo que, al principio, no la tenía. La particularidad de esta historia, y sobre todo el modo en que me afectaba tan directamente, me hizo probar diferentes maneras de contar. Creo que en sí misma ninguna es satisfactoria del todo –ni la policiaca, ni la crónica, ni la autobiografía, ni la novela de formación–; es en la intersección de esa serie de caminos frustrados donde se encuentra el lugar desde el que me situé para escribir acerca de aquello que estaba atrás en el tiempo, pero que seguía vivo en el presente.
(P): Confiesas que esta novela nació en parte gracias a Sergio del Molino. ¿Cómo saltó la chispa en tu cabeza?
Surgió tras una conversación con Sergio, sí. O al menos ahí comenzó a gestarse. Aunque también es cierto que mucho tiempo antes ya había barajado la posibilidad de escribir acerca de lo que ocurrió en mi pasado. Sin embargo, fue tras esa conversación cuando me convencí de que había llegado el momento. No tanto por la conversación y lo que me dijo Sergio –aunque eso fue importante– sino porque todo surgió en un momento en el que yo estaba preparado para escucharlo. Fue la gota que colmó un vaso que ya estaba bastante lleno. Habían pasado casi veinte años. Como sujeto había tomado la distancia necesaria. Y también como escritor –tras dos novelas y una serie de escritos autobiográficos– me encontraba en condiciones de contar lo que siempre había callado. Así que supongo que la conversación con Sergio llegó en el momento más adecuado.
(P): ¿Qué te parece que se compare tu libro con El adversario de E. Carrère o A sangre fría, de Truman Capote?
Un poco exagerado, la verdad. Ambos libros son cumbres de la literatura universal. En cuanto a la estrategia, sí que es cierto que se parece algo a Carrère, que se convierte en un modelo para una parte de la escritura. De Capote tiene quizá la atmósfera de un crimen en una comunidad pequeña y cerrada. Pero A sangre fría, más allá del hecho de que lo que se cuenta sucedió, es una novela tradicional, donde el autor se ha quitado de en medio. En El adversario, sin embargo, Carrère habla desde el yo, lo pone en el centro de la acción, aunque le sigue dejando el espacio central a la historia que cuenta, algo que más adelante en obras como Una novela rusa cederá espacio a la subjetividad y a su propia biografía. Creo que mi libro tiene más que ver con esta novela de Carrère que con El adversario, al menos en la estrategia, aunque por supuesto yo intento hacer otra cosa, partiendo de la base de que yo no voy a buscar la historia, sino que la historia viene a mí y hay una implicación emocional con lo que cuento, de modo que no puedo evitar estar presente en la narración.
(P): ¿Puede la literatura ayudar a desentrañar un misterio después de muchos años?
No lo tengo tan claro. Una novela no es una investigación policial. Un escritor no es un detective. Lo que se desentraña son emociones, recuerdos, memorias, pero nada más. La idea de que un escritor vuelve para resolver el crimen que no pudo resolver la policía es una ilusión. Eso pasa en las novelas de Jöel Dicker. El misterio del que habla la literatura no tiene que ver con datos, análisis o expedientes policiales. El misterio está mucho más dentro. La verdad a la que se aspira –aunque durante mucho tiempo esté guiada por la búsqueda de los datos– es una verdad esencial, no es la respuesta a un hecho concreto.
(P): En la novela explicas también cómo fue el proceso de documentación. ¿Qué te sorprendió encontrar sobre el crimen después de tantos años?
Lo que me sorprendió fue encontrar los resquicios de un pasado que no recordaba del todo. Encontrarme en el periódico las noticias de 1995 a las que no había prestado atención porque con dieciocho años yo no leía los periódicos. Me sorprendió descubrir un mundo que me había pasado desapercibido. Y también me sorprendió encontrar las imágenes de aquel tiempo; las fotografías y el vídeo de la televisión. Fue como poner imagen a algo que durante mucho tiempo había estado en mi memoria.
(P): Hablas también de esa vuelta al hogar, a los orígenes, que no siempre es positiva. ¿Por qué decides tratar este tema?
Desde el principio, la novela la entendí como una mirada al pasado efectuada desde el presente. Mirar hacia el tiempo en que crecí con mi amigo Nicolás era también mirar a mi propio pasado, a mis orígenes. Un pasado que, en efecto, era traumático, pero que gracias a la mirada retrospectiva también se llena de pequeños instantes de felicidad que yo no había sabido ver en su momento. Recordar es arrojar nueva luz sobre lo que fue.
(P): ¿Cómo se tomaron los vecinos y amigos que te aventurases a escribir esta historia? ¿Y cómo te quedaste tú tras escribirla?
Fue controvertido, no lo niego. Mi familia no siempre lo tomó bien. Algunos habrían preferido que hubiese dejado las cosas estar. A nadie le gusta que hablen de su pasado y su vida privada –sin control alguno sobre lo que se dice–. No fue fácil. Intenté ser lo más respetuoso posible. Respetuoso, pero contando lo que sentía que tenía que contar. Para eso decidí que yo tenía que exponerme. Y hacerlo hasta las últimas consecuencias. Cuando acabé de escribir, respiré. Aunque es cierto que no había logrado disipar los fantasmas, sí que me quedé aliviado porque al menos había terminado el trabajo de escritura. Pasará mucho tiempo para que vuelva a meterme en algo así, si es que alguna vez regreso a este tipo de narrativa del yo.
(P): ¿De cuál de tus novelas estás más orgulloso? ¿Cuál te ha dado más alegrías?
Sinceramente, creo que El dolor de los demás es mi mejor novela. Ha sido la más difícil de escribir. Y también en la que más esfuerzo he invertido. La que más se me ha atragantado. Y por la que más he sufrido. También, hasta ahora, ha sido la que más se ha leído y con la que más he conectado con los lectores. He sentido el afecto de personas a las que la historia ha tocado por dentro, casi tanto como a mí. Eso ha sido tremendamente emocionante.
También le tengo especial cariño a El instante de peligro. Creo que es la más sofisticada de las tres. La más compleja conceptualmente. Y quizá la que menos se ha entendido. Y luego está Intento de escapada, claro. Me sigue gustando mucho. Para mí fue un antes y un después. Mi primera novela. Y además mi primer libro en una editorial del prestigio de Anagrama. De todos modos, las tres novelas están relacionadas. Son parte de un mismo impulso. De algún modo, se podría decir que forman una especie de tríptico sobre el yo, la memoria y la ética del contar.
(P): Eres profesor de historia del arte y crítico. ¿Cómo se relacionan estas dos facetas con la de escritor?
El mundo del arte y la crítica está debajo de mi modo de pensar e interpretar el mundo. De alguna manera, mi mente se ha fraguado a través de teorías del arte y eso no puedo quitármelo de encima. Tampoco ese deje profesoral y reflexivo que proviene de la escritura ensayística, que, lo quiera o no, acaba permeando todo lo que escribo. En mis dos primeras novelas es más evidente, pero también está presente en El dolor de los demás, aunque no siempre se note o se perciba. Las teorías de Walter Benjamin sobre la densidad pasado o las ideas sobre la violencia de las imágenes de Susan Sontag, por ejemplo, sustentan muchas de las reflexiones de este libro, pero esta vez se encuentran engarzadas en la trama y no hace falta hacerlas explícitas. Quizá así empapan mucho mejor la narración.
(P): Supongo que la cabeza necesitará descansar, pero ¿estás cavilando ya en algún proyecto literario del que nos puedes hablar?
Aún sigo inmerso en la historia de El dolor de los demás. Aunque la novela se ha cerrado, lo que se cuenta sigue vivo, y sigue produciendo efectos, reverberando sin cesar. Así que aún no he podido meterme de lleno en nada totalmente nuevo, aunque es cierto que ya hay en algún cuaderno esbozado el comienzo de algo. Por otro lado, dentro de unos meses publicaré el diario que escribí durante la redacción de esta novela y que fue apareciendo en la web de la Revista Eñe. Retocado y con un epílogo que me servirá para poner fin a la historia de El dolor de los demás, verá la luz, si todo va bien, la próxima primavera.
Buena entrevista, además de reseñar el contenido de la novela y los entretelones, existen lecciones para quienes deseamos entrar en el mundo de contar historias. Atte. @Zavala_Ra
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Me ha gustado mucho la entrevista. La novela ya la conocía y no paro de recomendarla. Perfecto regalo para estas fechas ya que todo se desencadenó un 24 de diciembre.
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