“Ya sé que las novelas son ficción y tienen poco o nada que ver con la realidad, pero una cosa es cierta: la gente que comete un crimen y trata de ocultarlo, de esconder pruebas y buscarse coartadas hace muchas cosas porque las ha leído en las novelas”.
En mi hábito lector, y supongo que en el de muchas personas, distingo los libros de gran profundidad y reflexión filosófica, con carga emocional, y esos otros que te permiten desconectar del mundo y dejarte atrapar por una historia que no tiene por qué tener mayor trascendencia que los propios momentos pasados en su compañía. A estos últimos siempre necesito volver en algún momento, para dejarme llevar sin mayor preocupación. Eso me acontece con los libros de la sueca Camilla Lackberg, quien me permite viajar al pueblecito de Fjallbacka y sentir a Patrick y Erika como parte de mi familia.
El autor Carlos Laredo
La novela negra y policiaca en general tienen como objetivos primordiales la desconexión del mundo al tiempo que tratan temas importantes pero cuyo cometido no es hacer que el lector forme parte de cierto sufrimiento. En este sentido, muchas veces he escuchado esa idea (con la que coincido) de que la literatura es dolor y sufrimiento, la mejor historia es aquella que nos deja tambaleantes, pensando más allá de haber terminado el libro. Aunque a veces esto no es así, y no por ello podemos menospreciar las obras que nos invitan a ser partes de un misterio. La novela policíaca fue y es a menudo denigrada, tratada como un género menor solo destinado a los que nunca leen más nada.
Estos días vengo de corroborar que historias como la de El rompecabezas del cabo Holmes del coruñés Carlos Laredo te permiten abandonar el mundo y meterte de lleno en la resolución de un caso, el cual trata muchos temas de forma colateral, pero que funciona perfectamente ya que no siempre te fijas en esos problemas sociales. Evidentemente, alguien podría decirme que los libros siempre son para analizar su trasfondo, para leer entre líneas. Y yo le diré que a veces el mundo sabe demasiado rancio como para fijarse en todo lo malo. Por eso, en este misterio de un supuesto naufragio en la Costa da Morte empapado de casos de blanqueo, prostitución de lujo y demás calaña, mejor me quedo con la forma de resolver el caso por parte de José Souto (cabo Holmes) y el detective madrileño Julio César Santos. Son dos figuras magníficas, cuyo equipo logra dar con las pistas de la resolución del caso, sobre todo Holmes, cuya descripción es la siguiente:
“Un cabo extremadamente diligente, José Souto, de 32 años, soltero, al que sus compañeros llamaban Souto Holmes, por su forma meticulosa de investigar, su tenacidad y su inagotable paciencia”.
La Costa da Morte es uno de los escenarios de esta novela policiaca
A nivel literario, la obra de Laredo no merece mayor atención ya que el lenguaje es sencillo, sin expresiones demasiado cultivadas, ya que lo primordial es la comprensión del relato. Me ha recordado mucho a A praia dos afogados (La playa de los ahogados) del también gallego Domingo Villar.
Por otra parte, de esta historia me han llamado mucho la atención los contrastes entre Galicia y la capital de España, el tratamiento cariñoso por los paisajes de mi entorno y, negativamente, la forma de ver a los periodistas como seres amantes de la carroña, de lo escabroso, de lo más amarillo de la información, un mito que cuenta con mucho arraigue en las novelas policíacas por lo general. Aunque ese ya sería otro tema. Por ahora, os invito a conocer al cabo Holmes.
Me encantó, sin lugar a dudas. Una muy buena novela negra. Y casi me gustó más Santos que Souto. Biquiños!
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