Lloro después de hacer el amor. Sí, y no me avergüenzo de ello.
Porque también lloro cuando observo esos árboles deshojados debido a la llegada del otoño.
Y al descubrir que la vida avanza impune sin dejarnos un solo lapsus para regresar a los dos añitos.

Lloro al leer palabras bonitas y reflexiones. Sobre los porqués de la existencia.
Lloro cuando veo cómo cae la lluvia del cielo y de derrama contra la dureza del suelo.
Llore cuando llore, las lágrimas corren más calientes por mi cara cuando tengo la tuya cerca al acabar de juntar nuestros cuerpos en un orgasmo infinito. Tras ese lloro se esconde el romanticismo de una chica que añora tus caricias y susurrados «te quiero». Porque el amor es llorar pero de felicidad y con la sensación de llorar más al día siguiente, y al otro…