No quería que eso acabase, deseaba que el sabor perdurase en su boca, anhelaba dejar de fingir unos supuestos miedos al adentrarse en los entresijos de una pasión que la llevaba a lo prohibido. Le daba vueltas a eso de la oposición entre sexo y amor y se preguntaba el porqué de esa separación, y le encontró una posible explicación en los libros que leía de adolescente y que alimentaban su creencia en el amor romántico, en que el sexo sin amor era imposible.
Y de repente algo cambia, el mundo parece desplomarse mientras lo hacen los tabús en su mente, cuando lo que creía se desmorona, para florecer esas ideas que creía ‘deshonrosas’. Y son de nuevo las lecturas más contradictorias las que le descubren el amor y el sexo que están fragmentados como el vino y el aceite. Al fin y al cabo, son solamente dos sensaciones cuya exploración es inevitablemente diferenciada, y ella lloró al comprenderlo. Aunque, años más tarde, experimentó lo mismo, y se rió de sí misma, de su evolución.
Y no era un robo, no, era tan sólo el propio camino del ser humano.