Las líneas del horizonte son de una mezcla entre el azul púrpura y el rosa más pálido. Líneas que guían nuestros pasos…
Unas barras que se muestran con el sólo esplendor de los fenómenos naturales.
Los atardeceres con sabor a miel y caramelos de café eran los testigos de un amor que había nacido en las mismas líneas del arco iris. La barrera que ponía trabas al amor se rompió el día en el que decidieron cruzar los límites y dejarse envolver por la trayectoria del horizonte.
Estos atardeceres dorados sólo les prometían un futuro lejos de pesadumbres pretéritas, caducas, más vetustas que los sentimientos que se profesaban.
Los convencionalismos habían querido retener lo que sentían. Eran unos tiempos en los que el que dirán importaba en demasía. Era la guerra, pero aún así no pudo con los besos del color de ese horizonte. A escondidas, el amor era una forma de resistir y ellos habían resistido.
El horizonte era el mejor escondite de sus pecados.
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Este relato nace fruto de la inspiración de una cita de Eduardo Mendicutti: “La memoria no es más que otra manera de inventar”, citado por Almudena Grandes en Malena es un nombre de tango.
