Las tazas de té que añoraba todas las mañanas eran las que le recordaban que los amores adolescentes no vuelven. El sabor de lo iniciático y de esos abrazos en medio de dos polvos habían sido los causantes de la vitalidad de un amor que duró mientras fueron jóvenes.
Y el día en que ella se levantó y vio su rostro lleno de las marcas de la vida recordó que esos primeros amores le habían enseñado a ser puta, a buscar en el cuerpo las sensaciones con sabor a dulce y salado, los orgasmos de la experiencia. La vida se conseguía con un puñado de esas caricias. Ella era una de esas amantes de Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera. ¿Y por qué no? Se sentía hasta única.