Las grandes historias de amor de la literatura se dan en los siglos XVIII y XIX. Coincidiendo con el nacimiento de la lectura como deseo y pasión, sobre todo, en las mujeres se produce una generación de novelas románticas. Entre ellas se encuentran Cumbres borrascosas de Emily Brönte, Orgullo y prejuicio de Jane Austen y, la que aquí nos ocupa, Jane Eyre de Charlote Brönte.
Jane Eyre (1847) es la historia de una mujer que cree en el amor pero también en la independencia de la mujer, que cree en el matrimonio pero consumado éste por amor y no por conveniencia. Charlote Brönte construye la historia de Jane Eyre de forma autobiográfica, en un relato dónde se confabulan los sentimientos y la naturaleza bucólica, la que más fortalece al amor. Como no podía ser de otra forma, en esta obra encontramos otras ideas que afloran entre líneas: la independencia de la mujer que lucha contra los convencionalismos de una sociedad machista, la infinita oposición entre belleza e inteligencia en el momento de amar, las imperfecciones humanas, las misiones religiosas en la India… Y frente a todo ello, el amor es como el paraguas bajo el que se cobija Jane ante las tormentas de la vida.
Sorprende que la historia contenga continuas apelaciones al lector, lo que logra una empatía similar a la de una conversación oral a la vera de una hoguera. Jane Eyre es la que nos explica su drama y su victoria personal, su levantamiento ante las vicisitudes de la vida, y nos describe, sí a nosotros, los sentimientos más sublimes del amor y del desamor, a la manera del siglo XIX. Esa misma forma que tiene Jane Austen y que aún hoy sigue cautivando a miles de lectores que creen que el amor tiene su lógica en las vivencias cotidianas, y que tras cada palabra existe una realidad.
“Amable lector: ¡ojalá no sientas nunca lo que yo sentí entonces! ¡Ojalá no llores nunca las ardientes y tumultuosas lágrimas que yo lloré en aquella ocasión!”
Creo que hay buenas novelas de amor en la historia de la literatura, pero el cante de las de esas épocas es difícil de encontrarlo hoy día. Un ritmo que lleva al lector a experimentarlo en su propia carne.
Jane Eyre es una heroína romántica, de esas que te marcan y que te hacen ser aún más sensible. Tanto la protagonista como sir Edward Rochester o la pequeña Adèle son personajes que encandilan. Volvamos todos a esos siglos de amores románticos. Un cante a los amantes de todos los tiempos, que no pierden nunca la cordura sino para amarse aún más.
“Podrán las pasiones bramar y los deseos imaginar toda clase de cosas vanas, pero la sensatez dirá siempre la última palabra sobre el asunto y emitirá el voto decisivo en todas las determinaciones. Podrán producirse violentos huracanes, impetuosos temblores de tierra, ardorosas llamas, pero yo seguiré siempre los dictados de esa voz interior que interpreta los dictados de la conciencia”.
Lo que nos enseña este libro es que el amor puede ser loco pero no significa la pérdida de la cordura y la independencia. Que podemos amar y pensar con la cabeza, y que el amor a veces se lleva a un extremo en que semeja irreal.
Y para los que no se aventuren con el libro, también hay película. Pienso verla en cuanto pueda. ¿Alguien en la sala que la haya visto?