Yo diría más: toda la gente que lee es una oposición incómoda para aquellos que quieren una sociedad sin opiniones, sin más deseos en la vida que obedecer sin miramientos, y con una resignación a los designios de un poder opresor, sea del tipo que sea.
Quienes han osado a lo largo de la historia a coger un libro son los valientes que ayudaron a cambiar el mundo y unas pocas de sus injusticias. Es el poder romántico de aquellos que creen que las palabras se pueden convertir en hechos.
En medio de este panorama, la lectura se erige como un arma silenciosa, lo que se ha demostrado en siglos de historia. Stefan Bollman, un estudioso alemán, ha tenido muy en cuenta que en ese cambio del mundo a raíz de la democratización de la lectura, las mujeres jugamos un papel destacado. Del estudio de la relación de las mujeres con la literatura nacen sus dos libros: Las mujeres que leen son peligrosas (2006) y Las mujeres que escriben también son peligrosas (2007). ¿Lo son? Lo que sí es que forman parte de esa intelectualidad incómoda.
En su primer libro, Las mujeres que leen son peligrosas, Bollman reúne una serie de cuadros que, desde la Edad Media, fueron mostrando a la figura femenina leyendo o con un libro en sus manos. Llama la atención que la mayoría de estos pintores sean hombres, sobre todo hasta fines del XVIII, los cuales caracterizan a la mujer como un ente que resulta sexy mientras lee: hay varios ejemplos dónde se combinan la lectura y la desnudez. Tal es el caso de Mujer leyendo desnuda, un cuadro de Théodore Roussel del 1886.
Anécdotas aparte, supongo que todos conocerán la foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulyses de Joyce, de la fotógrafa Ever Arnold en 1952. Muchos se han preguntado si la foto era verídica, por lo que la fotógrafa confesó que sí, que se había encontrado a la actriz leyendo tal y como se representa en la foto.
En el libro también se juega mucho con la infancia y la lectura. Pintores como Carl Christian Constantin Hansen en Las hermanas del artista (1826) muestran que la lectura es apta para todas las edades. Enternece observar este cuadro:
Al igual que en las fotos de André Kertesz en On Reading, leer se convierte en un acto existencial que parece perdurar incluso frente a una muerte inminente.
La construcción del libro es, por tanto, bajo la forma de un tratado ilustrativo dónde hay capítulos por cada siglo y una caracterización del tipo de lectura y de las lectoras: sentimentales, silenciosas, pasionales…
Desde representaciones como María Magdalena leyendo de Ambrosius Benson (1540) hasta las lectoras pasionales del siglo XIX que comienzan a confundir la realidad y la ficción de las novelas, se van modificando los hábitos de las mujeres lectoras.
Con prólogo de Esther Tusquets, lo que demuestra el libro de Bollman es que el fenómeno de la literatura como atrayente femenino no es tan actual como a menudo podemos pensar. Aunque la lectura como placer coge auge en el siglo XVII, desde siempre estuvo ahí aunque fuese a menor escala.
Es un libro enriquecedor pero al comenzarlo se espera que dé una explicación más contundente de por qué las mujeres que leen son peligrosas, lo que no se consigue de todo. Realmente no lo sabemos, por lo que el título puede ser más provocador que otra cosa.
Le tesis que plantea deja la puerta abierta a la reflexión. Y es que aunque las mujeres leen cada vez más, en ciertas sociedades y estamentos aún es un hábito que se sigue viendo de forma negativa, dónde la mujer es mejor que se quede en casita, que no se aparte de unos quehaceres impuestos. Libros como este hacen falta para dejar claro que hubo (y hay muchas mujeres que lucharon por imponerse. Hoy día se sigue luchando desde países como Afganistán. De allí vienen muchas Malalas que ven en la educación y en la lectura la mejor forma de deshacerse de los yugos.
“Durante siglos han sido muchos los hombres a los cuales las mujeres que leen les han parecido sospechosas, tal vez porque la lectura podía minar en ellas una de las cualidades que, abiertamente o en secreto, a veces sin confesárselo a sí mismos, más valoran: la sumisión”: Stefan Bollman