Muchas veces nos preguntamos si la igualdad entre las personas ha mejorado tras la Segunda Guerra Mundial. Pues no. Pasan los años pero nosotros seguimos en nuestras casas inmunes a la defensa de los derechos humanos. Al fin y al cabo, mientras no nos toque a nosotros, no es tan importante. Es duro decirlo, pero no podemos engañarnos ante los hechos de estos días.
Justo estos días en los que hay tanto debate por los inmigrantes que fueron tiroteados cuando querían pasar a nuestro país para un futuro mejor, me ha cuadrado leer uno de los libros que tenía pendientes, de esos que se llaman “un clásico”. Se trata de Matar un ruiseñor (1960) de Harper Lee, por el que la autora estadounidense recibió el Premio Pulitzer. Es un libro que invita a la reflexión.
Y el símil entre el argumento del libro y lo ocurrido a día de hoy en nuestra “querida” España es casi total. El racismo es una lacra que no nos deja avanzar en una sociedad más justa. Tom Robinson es un negro que es (mal) juzgado en el condado de Maycomb, en los EEUU de los años treinta, y cuando en Alemania gobernaba Hitler con su mano dura. Pero la situación entre la Alemania inmersa en una dictadura y los EEUU democráticos no es tanta: al fin y al cabo por una diferencia de palabra no se reduce la superioridad de unas razas por encima de otras, que sufren sin más anhelos que los de pasar desapercibidos, y no buscar alterar unos hechos que le vienen impuestos.

A través de la visión de la narradora, una niña de cuatro años llamada Scout, se va esbozando una sociedad vista a través de la infancia. Y es que la primera parte del libro sería la propia de cada uno de nosotros: la inocencia, la curiosidad por todos los asuntos de los mayores, los juegos banales que nos separan del mundo de los problemas… Y la segunda parte narra el juicio de Tom Robinson, un negro acusado de violar a una chica de 19 años blanca. Y si, en este libro, el factor de ser blanco o negro es una cuestión de vida o muerte. La justicia pretende erigirse como un método ideal para la igualdad de las personas, pero no, no y no. Siempre triunfan los intereses de aquellos que por diversos factores incomprensibles se creen los amos del mundo. Soy como Scout, inocente, no entiendo los porqués de un mundo que se me escapa en sus crueldades. ¿Acaso de antemano todos somos buenos o malos por nacer de una determinada forma? Hubo muchos movimientos de demanda de la igualdad de las personas, pero aún no se llega a ello.
Y Ceuta es uno de los casos. Las personas que murieron tiroteadas por la policía son como Tom Robinson, el que tendrá un final igualito. Los errores se contabilizan distintamente según estemos de un bando u otro. Parece muy complicado aún eliminar los estigmas de lo que nos lleva hasta estas situaciones.
¿Me creéis entonces cuando digo que vivir en la infancia es mejor? Por lo menos aún no estamos contaminados de valores estúpidos como el racismo. Asco da esta sociedad. Atticus, el padre abogado de Scout, encargado de defender a Tom Robinson, tiene una tristeza que no le deja ser feliz. Y es que como decía Reverte en un documental que veía ayer, “el ser humano es muy peligroso”.
Si no habéis leído este clásico, os recomiendo leerlo y que penséis en este símil que aquí propongo. Y es que los tiempos no cambiaron tanto, más bien parece que empeoramos, qué le vamos a hacer.
Esta obra es un verdadero alegato en pro de la igualdad, una llama de rabia de la autora contra ciertos hechos ocurridos en su infancia, que podríamos extrapolar a muchos contextos desgraciadamente:
“Ustedes saben la verdad, y la verdad es que algunos negros mienten, algunos negros son inmorales, algunos negros no merecen la confianza de estar cerca de las mujeres… blancas o negras. Pero ésta es una verdad que se aplica a toda la especie humana y no a una raza particular de hombres. No hay en esta sala una sola persona que jamás haya dejado de decir una mentira, que nunca haya cometido una acción inmoral, y no hay un hombre vivo que siempre haya mirado a una mujer sin deseo”.