Ana María Matute dijo alguna vez que la vida consiste en una repetición de la infancia, refiriéndose a que las sensaciones de descubrimiento que experimentamos a edades tempranas las recordaremos siempre, a lo largo de nuestras vidas. Una reflexión muy lúcida y que recuerdo precisamente hoy, 2 de abril, en el Día del Libro infantil y juvenil, precisamente para reivindicar la importancia de la infancia como ese momento en el que exploramos lo que nos gusta, y sentimos nuestras primeras inquietudes. Hoy me pongo nostálgica y reactivo los mecanismos de mi memoria literaria, la cual tiende a magnificar los recuerdos y a seleccionar solo los que le interesan.
“Contar. Quizá no haya otro verbo que defina mejor nuestra andadura civilizatoria. En su múltiple sentido. Contar objetos. Contar historias. Pero, también, sabernos apreciados, tener la certeza de que se nos tiene en cuenta” (Antonio Basanta en Leer contra la nada).
¿Cuándo fue el momento primero en el que decidí que los libros me aportaban algo nuevo? El primer fogonazo me vino con 12 años. En el pequeño pueblo del que yo vengo tardamos en tener una biblioteca propia y cuando la inauguraron, en un día frío y lluvioso, cogí el paraguas y recorrí unos tres kilómetros hasta llegar a ese espacio que, de antemano sabía, me iba a aportar algo nuevo. De ese día inverna recuerdo llegar pingando a casa y esos dos primeros libros que me acompañaron, Ana de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery y ¿Que te angustia Nuria?, de Glòria Llobet. Ahí descubrí un mundo nuevo que se tendía ante mí, y para el que no hacía falta nada más que posar los ojos sobre las letras y leer. Encontré magia en ese poder de traslado a otros lugares, y ahí se empezó a forjar la llama de ese pensamiento que me ha acompañado desde siempre: leer es vivir dos veces. Vuelvo a evocar los días, meses y años posteriores, en los que llevaba una bolsa con dos libros y los cambiaba por otros dos, hasta el extremo de que llegué a leer prácticamente todos los libros del fondo que me interesaban (hay que destacar que esa biblioteca se actualizaba muy poco). En mí coincidieron por aquellos años muchos cambios vitales, procesos que yo no entendía y una situación personal y familiar en la que me vi atrapada y no sabía encontrar salidas. Quizás por eso la lectura se mostró ante mí como una revelación y como una forma de encontrarle sentido al mundo, de ver que a otras personas le podían pasar cosas semejantes o, quizás, de que el mundo era a pesar de todo maravilloso.
Conocí los libros casualmente, pues no formo parte de una familia lectora. Como mi caso existen muchos, personas que encontraron en un primer momento una vía de escape en los libros y pronto los hicieron compañeros para toda la vida. Mi timidez se camuflaba en los libros y con ellos sabría que nunca podría estar sola. En esa edad adolescente, cuando se forja la identidad de una persona y confluyen muchísimos cambios, acertar con los impactos culturales que te llegan es importante, casi diría que vital. Por eso defiendo tantísimo los libros juveniles, esas historias que son capaces de empatizar con lo que nos ocurre y de acercarnos ciertas problemáticas del mundo que nos rodea y que no entendemos del todo. La “serie roja” de Alfaguara o “Fóra de xogo” de Xerais fueron dos de las colecciones que a mí más me marcaron por aquellos años.
A veces los libros llegan así, como en mi caso. Pero en la mayoría de las ocasiones funciona gracias a los mediadores, a los profesores y profesoras, bibliotecarios y bibliotecarias, padres y madres, que creen que la lectura es buena para el crecimiento personal de los niños y niñas y apuestan por su fomento. No es una tarea fácil, y menos hoy en día con el crecimiento tecnológico. Pero, de verdad, creo que los más pequeños y pequeñas se engancharán a la lectura si alguien les ofrece los libros que consigan impactarlos, tocarles esa fibra, entender lo que les pasa. No hay que olvidar tampoco la responsabilidad que tenemos como sociedad: si queremos una ciudadanía libre y crítica, de verdad, parte del trabajo pasa por la lectura y la cultura en general. Tenemos que ser capaces de transmitir la idea de que leer es un ejercicio tan ‘guay’ como jugar en el móvil o compartir un rato en las redes sociales. Y es que, como dice Antonio Basanta en Leer contra la nada, “leemos para saber que no estamos solos”, para saciar nuestra sed de aventuras y de respuestas.
En esta pequeña reflexión quisiera destacar el papel de las bibliotecas escolares, esos espacios cada vez más complementarios y transversales donde están presentes los libros tradicionales, pero también comparten espacio con las nuevas tecnologías y la ciencia. Ahí todo está imbricado en pos de un mismo objetivo: lograr motivar a los niños y niñas, e inculcarles esa idea de que en los libros se esconde un mundo al alcance de sus mentes. Una labor esta que cuenta todavía con poco apoyo de las administraciones y que se consigue muchas veces gracias a la labor titánica de personas que creen que la lectura construye seres humanos más libres.
Hoy celebro la literatura infantil y juvenil, y me gustaría que me contaseis… ¿qué libro marcó vuestras vidas y os incitó a seguir leyendo?
Momo de Michael Ende. Nos lo recomendó una profesora y me quedé completamente enganchada a esta historia, a sus personajes. Lo leí y lo releí hasta que gasté el libro. Luego ya empecé a acudir a la biblioteca buscando historias que me engancharan igual.
Besotes!!!
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