“Como lectora, odio las novelas obvias”. Esto aseguraba con ímpetu la escritora Rachel Joyce en una entrevista a El País. Con esta declaración, la verdad es que sus obras tienen una ardua tarea por delante: la de no tratar un argumento demasiado evidente y convincente. Al fin y al cabo, las novelas que sean demasiado intuitivas, no perduran en nuestra mente por mucho tiempo. Y digamos que para nada son evidentes.

Tras el éxito de El insólito peregrinaje de Harold Fry, la autora y guionista británica con un apellido que nos recuerda a uno de los grandes de la literatura del siglo XX, nos sorprende de nuevo con El año que duró dos segundos (2015), una magnífica novela donde se unen las descripciones del tiempo atmosférico y las reflexiones sobre el tiempo cronológico, construyendo una historia donde las palabras son magia y con unos giros inesperados en los que nada es lo que parece ser.
“Por la noche salía la luna, pálido trasunto del sol, y se derramaba por las colinas en tonos de azul plateado”.
“Solo Byron seguía recordándolo. El tiempo había cambiado. Su madre había atropellado a una niña”.
El ritmo de la novela se va llevando a través de dos historias paralelas que convergirán de la manera más casual posible. Por un lado tenemos al chico Byron, cuya madre atropella un día a una niña cambiando a partir de ahí sus vidas de forma total y, por otro, está Jim, un hombre que estuvo internado en un centro psiquiátrico debido a un trastorno que padece que le hace sentir que hace daño a todo el mundo de su alrededor. ¿Por qué? Pues debido a los dos segundos de más que se añadieron al tiempo en el año 1972. También James Lowe, el amigo de Byron, participará de esos hechos convirtiéndolos en una pesquisa infantil. En este sentido, inspira ternura e inocencia, semejándose a esos libros de iniciación en la que desde la infancia vas abriendo los ojos a la cruda realidad.
“Eso es lo que nadie quiere entender. Dos segundos son muchísimo. Es la diferencia entre que ocurra algo y no ocurra. Es el tiempo que se tarda en dar un paso de más y caer por un precipicio. Es muy peligroso”.
El año que duró dos segundos es magia, pero también encontramos preocupación social. La autora penetra en la mente de una persona que padece un trastorno psicológico e intenta entenderlo, además de que describe la amistad ‘interesada’ que surge entre dos mujeres de ambientes económicamente contrapuestos: Digby Road, una urbanización donde “la basura se acumulaba en alcantarillas” y “se veían cuerdas de tender con sábanas y prendas descoloridas”, y Cranham House, una casa de campo alejada de los tumultos y en la que está muy presente la suntuosidad y los elementos que denotan riqueza.
Es esta una novela para deleitarse con las palabras, para disfrutar con calma, como el té mientras se derrite el azúcar. Digamos que la autora quería hacernos reflexionar, ya que como ella misma afirma en el epílogo:
“¿Cómo sabemos que nuestra noción del tiempo es precisa? ¿Cómo podemos estar seguros de que existe un solo cielo? ¿Cómo llegar a comunicarnos de verdad si las palabras albergan tantos significados distintos y subjetivos? Todas estas preguntas me rondaban mientras escribía”.
Qué empatía con esta historia, cuando yo me debato tantas veces sobre este paso desenfrenado del tiempo.
Ficha técnica
Título: El año que duró dos segundos
Autora: Rachel Joyce
Editorial: Salamandra
Año de publicación: 2015
Número de páginas: 352