Lo más complicado en la literatura es decir mucho en pocas palabras, condensar un buen argumento en cien páginas, y aún así emocionar al lector. Porque el lector impaciente querrá ver rápidamente el final. Aunque, como todo, eso también depende de los diferentes momentos en los que abordamos la lectura: los hay que preferimos algo para leer de una sola atacada, mientras que en otros nos levantamos pensando en coger un libro largo, de esos que nos invitan a vivir mientras leemos con los personajes, y a extrañarlos después de tanto tiempo «juntos».
A las historias condensadas y profundas pertenece la novela corta de Isaac Belmar, que lleva por título una frase tan sugerente como Perdimos la luz de los viejos días (2014). El autor cuenta con un intenso recorrido en el relato y con esta novela, merecedora del Accésit del III Premio Óscar Wilde de Novela Breve, consigue llevar las emociones humanas a límites que rozan lo onírico, y las obsesiones más oscuras de toda persona. En su página web www.hojaenblanco.com, Belmar reconoce ser solo «un tipo normal intentando figurarse dónde está y qué hace. Sé que no lo conseguiré y mientras tanto, cuento historias. Me parece algo bueno en esta vida algo absurda«. De este carácter misterioso se trasluce la historia narrada en el libro, editado por la Editorial Irreverentes.
Después de tanto tiempo abriendo mi mente a historias literarias, he sacado la conclusión de que son buenas aquellas que son difíciles de resumir en un párrafo. Con esta me acontece. Pero intentaré aportar algo de lo mucho que ofrece en sus líneas.
Bajo la forma de capítulos con títulos poéticos (y que darían pie a otra historia aparte), esta novela narra la vida de un protagonista masculino del que no sabemos el nombre y el cual se debate sobre el sentido de la vida tras la muerte de Miriam debido a un cáncer de encías. A partir de ahí iniciará una búsqueda de las personas que le hicieron daño a Miriam en algún momento de su vida para vengarse.
«Ahora mis horas ya no las emplearía en dibujar, sino en seguir haciendo lo único bueno que supe, querer a esa chica. Y lo iba a hacer de la única forma posible, destrozando a los que lo hirieron alguna vez».
Los detalles se nos presentan en clave, y el lector tiene que intuir también mucho, siendo ese «lector cómplice» que postulaba el argentino Julio Cortázar para referirse al lector ideal que sufriese con los protagonistas y leyese más allá de las líneas.
Perdimos la luz de los viejos días resulta la historia de una venganza, del camino oscuro que el protagonista comienza a raíz de la pérdida de ella, y de su debate en torno a si el sufrimiento por el que pasamos tiene su sentido en la vida. Además, en esta novela tan corta, no se olvidan otros temas de carácter social como pueden ser la pérdida de la afición a la lectura, la búsqueda de un sentido a la existencia o la proliferación de las sectas del fin del mundo como Maat.
«Ella tenía razón, todo el mundo hablaba y cuando no, solo esperaba su turno, pensando mientras tanto lo siguiente que iba a decir. Ya nadie quiere escuchar y supongo que por eso nadie quiere leer».
La pérdida que augura el propio título nos lleva a pensar en un sentimiento de nostalgia por el pasado, por aquellos días en que parecía que lo malo no podía ocurrir. Y, por otro lado, ese mundo onírico por el que viajamos entre la vida y la muerte. Muchas obsesiones que comparto con el autor.
«Este mundo de los sueños tiene la antigua luz, pero parece más viejo que el nuestro, con coches abandonados, casas cayéndose en sitios dejados al lado de lagos turbios».
Demasiados sentimientos a flor de piel. Breve pero intensa.
Ficha técnica
Título: Perdimos la luz de los viejos días
Autor: Isaac Belmar
Año de publicación: 2014
Editorial: Ediciones Irreverentes
Número de páginas: 122
3 comentarios sobre “Literatura breve pero intensa”