La vida se construye con recuerdos. Mientras leía El chico de las bobinas, de Pere Cervantes, no paraba de recordar la sensación que había provocado en mí la película de Giuseppe Tornatore Cinema Paradiso, cuando la vi por primera vez por recomendación de un profesor de bachillerato. Tiene mucho sentido esta unión de recuerdos, sobre todo porque el libro consigue removerte por dentro, dejarte reflexionando sobre lo mucho que la cultura, y concretamente el cine, ayudó a las personas en tiempos difíciles. En ambos casos, película y libro, se traslada la lucha de las personas por los sueños, por sobrevivir en tiempos complejos.
Aun desarrollándose en tiempos y lugares diferentes, creo que este recuerdo viene muy al caso, sobre todo porque Nil, el protagonista de El chico de las bobinas, se parece mucho a ese Salvatore de la película, pues ambos descubren la magia del cine y se dejan llevar por ella. Y es que Pere Cervantes logra construir un relato muy duro en el que, a pesar de todo, palpita la esperanza.
La trama se desarrolla entre el 1945 y el 1949 en la ciudad de Barcelona. En un barrio de esta ciudad lastrada por la guerra y la posguerra, viven Nil Roig, un niño que se pasa el día trasladando bobinas de cine en cine, y su madre Soledad, que trabaja en una carpintería, y anhela todos los días a su marido republicano desaparecido. Justamente en el decimotercer cumpleaños del protagonista, un moribundo le deja en el portal un cromo de un actor de cine de la época. Aunque aparentemente no tiene mayor importancia, este cromo desencadenará una serie de sucesos que llevarán a los protagonistas y al resto de personajes a cuestionar su propia vida y a tener conciencia del peligro al que están expuestos.
El chico de las bobinas se define como una novela de personajes inolvidables: Bernardo, ese hombre que regenta una librería de viejo, Leo, la persona que más ama el cine, el médico Bonifaci que busca la oportunidad de amar, Lolita, el amor eterno de Nil, Delfina, una vecina que sobrevive en la prostitución, el viejo Romagosa, dueño de la carpintería donde trabaja Soledad y con un corazón de oro… aunque también hay otros que encarnan la maldad más pura y salvaje, como el inspector Valiente o Espinosa, agentes de la Brigada Político Social que en la época perseguían a las personas del bando republicano, con el objetivo de reprimir todos los movimientos de oposición al régimen franquista.
“El cine, hijo, es la más grande y bella mentira. Todos aceptamos que nos engañen con una historia bien contada. Que nos lleven a lugares inexistentes, que nos hagan soñar con besos irreales…, depositamos nuestra fe en las palabras de un vaquero, un detective o una mujer fatal que desaparece de nuestras vidas en cuanto regresa la luz en la sala. Es sin duda la mentira más aceptada, ¿no crees?”
Estamos, pues, delante de una historia que homenajea al cine, pero que también rescata del olvido a las mujeres que en el día a día pugnaban por sobrevivir en un mundo de hombres, que eran sometidas a vejaciones más salvajes solo por el mero hecho de ser mujeres, que debían afrontar situaciones complicadas sin nadie a su lado. Mujeres fuertes como Soledad, la madre de Nil, valientes y con ganas de comerse, a pesar de todo, el mundo.
Me quedo con este Nil Roig para siempre, como me quedé en su momento con el Salvatore de Cinema Paradiso. Simplemente, hay historias que llegan para no irse jamás y que es necesario que las tengamos presentes en la vida para que recordemos que estamos aquí, en parte, por ellos, por los que lucharon antes que nosotros.
Ficha técnica
Título: El chico de las bobinas
Autor: Pere Cervantes
Editorial: Destino
Año de publicación: 2020
Número de páginas: 542