Hace unas semanas falleció mi abuelo. Recuerdo que cuando me enteré, necesitaba encontrar un libro que me aportase respuestas, algo que hago casi siempre cuando algo se tambalea en mi vida y los cimientos de mi existencia parecen resquebrajarse. Y así llegué a Las amargas mandarinas, de Iñaki Abad, una historia maravillosa que precisamente empieza con la muerte del padre (Chema) y el camino que emprende esa hija (Carla) hacia el entierro y la indagación en el pasado de la persona que la educó en este mundo. Abrí el libro con cautela, pues llevaba mucho tiempo en mis pendientes sin que encontrase el momento óptimo, y rápidamente me encontré con una frase que me impactó de lleno, y que decidió que me quedase a vivir una semana entre estas páginas.
“Pero hasta entonces no había asistido a una muerte, nunca nadie había muerto entre sus brazos, contemplando atónita como una vida dejaba de ser vida en un instante”.
Las mandarinas amargas reflexiona sobre el momento en el que una persona cercana a nosotros muere y de repente nos damos cuenta de que apenas la conocíamos. Eso le ocurre a Carla, cuando se entera de la muerte del padre y viaja a Palma de Mallorca, donde el residió en sus últimos años de vida. Ahí deberá hacer frente a la burocracia de la muerte y, al mismo tiempo, descubre dos cajas que contienen parte de los secretos con los que su padre convivió desde su juventud, cuando es obligado a emigrar de su Bilbao natal y a abandonar a su familia y al que era su barrio. A partir de ahí, el autor escribe sobre la vida, recordándonos esa cita tan célebre de Jorge Manrique que decía que “nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar”. Las amargas mandarinas fluye como si de ese río se tratase, y siguiendo el periplo vital de Chema descubriremos otra nueva visión del conflicto vasco y de los ataques de ETA. Plagada de imágenes y metáforas preciosas, esta novela defiende la importancia de las pequeñas historias, y por eso no solo constituye una lección de humanidad, sino que nos lleva a replantearnos nuestras ideas sobre el amor, la muerte, el sentido de la propia vida…
Se transpira vida en cada página, intensidad en cada línea, y por eso me ha recordado tantísimo a Almudena Grandes, una de las autoras que más defienden los libros que hablen de los pequeños héroes y heroínas, de las anécdotas que generan país.
En definitiva, Las amargas mandarinas contiene también un homenaje claro a las palabras, a la forma en que estas nos configuran como personas pero también, en ciertas ocasiones, nos complican.
“¿A qué era adicto su padre?, le preguntó el anciano a Carla; supongo que, además de su adicción a las historias y a las palabras, lo primero que me viene a la mente es que era adicto al amor, o a la idea que se había hecho él del amor como algo perteneciente a la esfera de los elementos puros, fundacionales y mágicos del ser humano, algo místico, fuera de este mundo, y por lo tanto al margen de la realidad”.
Volviendo al comienzo, no sabría deciros si realmente encontré respuestas, porque lo que sí que plantea este libro son preguntas y, lejos de moralinas, se limita a exponer la vida de una persona que, casi siempre, puede contener a muchas otras. Y el autor escribe con una sensibilidad tal que resulta casi imposible no quedarse a vivir por unos días (o para siempre) aquí, entre esas mandarinas que, como la vida misma, son dulces pero un poco amargas.
Ficha técnica
Título: Las amargas mandarinas
Autor: Iñaki Abad
Editorial: Huso
Año de publicación: 2019
Número de páginas: 405
Magnífico…
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Una crítica nada fría, cada párrafo lleva a mostrar el significado que tuvo en el lector. Gracias por la recomendación del libro para cuando lo vea en alguna librería. @Zavala_Ra
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