Enamorarse de un escritor en un libro te empuja a buscar con ahínco otras historias suyas, en un afán que hasta resulta obsesivo. El año 2014 fue para mí prolífico en buenas lecturas y en el descubrimiento de nuevas voces antes desconocidas.

Así es que llegó a mis manos el libro con el que conocí a Marian Izaguirre, La vida cuando era nuestra, una historia donde la escritora bilbaína aprovecha para profesar su amor por la lectura en un homenaje a este acto que sólo los lectores voraces comprendemos. Unos meses después aquí está la siguiente incursión por el territorio literario de Izaguirre a través de Los pasos que nos separan (2014), su más reciente novela.
En ella nos lleva a Trieste, una ciudad por cuya posesión austríacos e italianos lucharon siempre, en la que traza una novela de amor pero en la que también tiene un peso fundamental la culpa como elemento que atormenta a toda existencia humana. Además, está ese azar loco que parece unir las almas aparentemente diferentes convirtiéndolas en inseparables. La historia de amor es la de Salvador Frei, un escultor barcelonés soñador en la ciudad de Trieste, y Edita, la esposa de un violinista que proviene de Yugoslavia. Ambos se entrecruzan en un café y viven una bonita historia de amor, que el lector irá conociendo de la mano de varias voces.
Pegada a la historia de amor, y más de cincuenta años después, Salvador Frei viaja a Trieste y otros lugares relacionados con la vida de su mujer ya muerta, acompañado de Marina, una joven de veinte años que se debate en torno a un aborto y un embarazo que no sabe si es o no deseado.
La culpa está presente en las dos historias que se entrecruzan en el alma del lector que sigue leyendo sin parar, creyendo que existe un misterio sin resolver, intrigándose por esa voz de Olivia, que aparece a manera de una conciencia cuya identidad solamente se conocerá al final.
Marian Izaguirre siempre se fija en esos encuentros fortuitos que deciden el camino a seguir de muchas de nuestras vidas. Pero, ¿por qué situar la novela en Trieste? Pues porque a su modo de ver «las ciudades portuarias está conectadas por algún lazo invisible y fuerte. Perviven en la memoria, despiertan el olfato de visitante atento, perceptible y sensible» (entrevista en la revista Que Leer), y de ahí que las tres ciudades que aparecen sean las bordeadas por mar: Bilbao, Barcelona y Trieste. Esta última es el pilar fundamental, a partir de la cual se aprovecha para debatir en torno al arte y su función en tiempos de guerra. Ahí encontramos al maestro Sergi Spalic, o el poeta Gabriele D’Annunzio y su papel dentro de la consecución de Trieste como territorio italiano.
Los pasos que nos separan es una alegoría para referirse a todas esas identidades que se separan en el tiempo o con los años, pero que si se cruzan, aportan mucho juego al que lo vive, aunque por eso también se diga que el paso del tiempo es siempre incesante.
«Un hombre mayor y una chica joven. Bebiendo prosecco en una terraza próxima al arco de Ricardo. Dos personas extrañas en una ciudad cuyo solo nombre, Trieste, convoca ecos indescifrables, tanto para ella, que no ha estado nunca aquí, como para Salvador, que intenta ajustar sus recuerdos a la realidad ahora que han pasado casi sesenta años».
Ficha técnica
Título: Los pasos que nos separan
Autora: Marian Izaguirre
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2014
Número de páginas: 384