La vida era un bucle y transitando por él, ella se mareaba. La embriagaba la sensación de ser un aspa de esos molinos de viento que volaban a su paso por Castilla. No es que soñase con peleas contra esos seres inertes, es que era uno de ellos. Se perdía en reflexiones patéticas y no llegaba a congeniar con ningún alma. Y cuánto más con una supuesta alma gemela. Esos eran meros trámites que todo ser humano debía cumplir para seguir la vida, creía.
En medio de los polos, ella se posicionaba siempre en el negativo, el mismo que todos repelían. Transpiraba un olor nostálgico, similar a los veranos de la infancia. Su cometido en la vida no era más que lo básico: no hacer infeliz a nadie, aunque eso la llevase a una continua infelicidad suya. Ingenuidad.
Tenía el corazón tan sensible que semejaba la lana de Platero y su avocación al fracaso. Su mente no era más que un torbellino, un retumbar de culpas y búsquedas de porqués.
Tan sólo buscaba su lugar en el mundo, aunque por ello tuviese que acudir a esos seres solitarios que compartían su soledad. Era una escritora en potencia, aunque no lo sabía en esa plena adolescencia.
