Hay autores tan mágicos que consiguen trasladarnos con su narración a un espacio propio, que puede ser real o ficticio, y en el que se encapsulan muchas de las inquietudes universales del ser humano. Autores que evocan lugares en los que, a pesar de esa aparente falta de movimiento, la acción se sitúa en la mente de los personajes que nos presentan y en su capacidad para resumir lo que en esencia somos.
¡Qué suerte la mía haber topado con las letras de Edgar Borges! Y digo suerte porque la literatura puede ser ese canal que exprese lo que siempre sentimos. Con un enfoque muy intimista, el autor venezolano nos lleva de nuevo a un pueblo asturiano, Santolaya, como ya había hecho con gran acierto, y nostalgia, en La ciclista de las soluciones imaginarias.
En La niña del salto se presenta de nuevo un espacio gris, pequeño, plagado de unos pocos vecinos/as aburridos, hastiados, sin más fortuna que la de pasar sus días ocupándose en tareas y pasatiempos banales. En medio de este pueblo, que bien podría ser cualquier otro de España o del mundo en general, pues el autor juega con la mente del lector, se nos presenta a Antonia, una mujer que un día tuvo sueños pero que actualmente vive bajo el mando de un marido de vicios primarios que no la respecta ni como mujer ni como persona. Y es aquí donde radica la parte más social de este libro, que resulta difícil de clasificar por la complejidad de su argumento. Esta mujer tiene una hija que ve la vida a saltitos, una clara alusión a los mecanismos de evasión de los que tenemos que echar mano, niños y adultos, cuando una situación real nos supera. Esta niña es la que da título al libro, un título sin duda muy revelador por aludir a esa parte infantil del ser humano, que pasa de la felicidad e inocencia de la infancia a la brusquedad de un mundo adulto que no comprende del todo, y en el que la maldad está presente por todos los lados.
La niña del salto sugiere más que cuenta, y ahí reside la buena pluma del autor, que es capaz de hablarnos de la violencia machista sin utilizar los típicos argumentos, sino con una clara conciencia de aludir a las causas, y al sentido primario de su permanencia. Y en íntima relación con ella, en una sentida conciencia por lo que hace, Edgar Borges no deja escapar la oportunidad de defender a ultranza la poesía como fórmula para quitarle importancia y gravedad a la realidad, hasta a los asuntos más negros. Solucionarlos no puede, pero sí otorgarle ese punto de belleza que nos haga seguir. Y por si fuera poco con sus letras, la novela está llena de referencias literarias, entre las que sobresalen César Aira y Diane di Prima.
“Una vez, un amigo poeta me dijo que ‘la poesía es el punto de partida de todo arte y ojalá también lo fuera de toda existencia…’. Muy ciertas aquellas palabras, porque la poesía es belleza. ¡Y la vida sin belleza, señoras y señores, es una mierda! La belleza es necesaria hasta para que una desgracia no sea mediocre”.
Este libro es una perfecta combinación, en fondo y forma. Partiendo de esa portada preciosa, en la que la actriz Mamen Camacho aparece saltando hacia nosotros o hacia la nada. Y siguiendo con esos capítulos de corta extensión tan intensos. Para terminar con un argumento que va en aumento hasta crear una explosión dentro de nosotros. Vuelvo a reiterar que hay autores que tienen esa magia, este don. Bravo Edgar, será un placer presentar tu libro.
Ficha técnica
Título: La niña del salto
Autor: Edgar Borges
Editorial: Carena
Año de publicación: 2018
Número de páginas: 223
No me sonaba. Pero tras leerte, bien apuntado que me lo llevo.
Besotes!!!
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